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CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR

El valor de la familia

Fotografía
Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión08-05-2005

El matrimonio siempre se ha concebido como la unión amorosa, estable e indefinida entre un hombre y una mujer. Esa profunda comunión de vida entre dos seres complementarios es el ejemplo más hermoso del mayor valor que conocemos: el amor. Tan creativa y cómplice es esa unión natural entre hombre y mujer que es la única relación capaz de generar nueva vida humana. Así, la sexualidad, expresión de ese amor, llama a nuevas personas a la existencia, y se compromete a la valiente tarea de alimentarlas, educarlas, formarlas y acompañarlas en su proceso de maduración. Eso es la familia. Estas relaciones amorosas tienen, además y necesariamente, una proyección social, comunitaria. Estas pequeñas comunidades que son las familias, corazones de amor y sangre, se entrelazan unas con otras y establecen, una vez más, el más hermoso ejemplo de solidaridad, de vocación social, de compasión, de compromiso con los demás. Es esta proyección comunitaria del amor familiar la que configura una sociedad civil sólida, madura, capaz de auténtico bien común y de verdadera democracia. ¿Demasiado hermoso para ser verdad? Que los errores, propios o ajenos, no nos amarguen, ni nos aparten de nuestros mejores sueños. Son los lazos entre matrimonios, entre padres e hijos, entre hermanos, los que revelan el mejor modelo de amor entre vecinos, razas, clases, culturas y países. Así lo entendió el hombre durante siglos y, aunque este discurso intelectual sea olvidado, denostado o criticado la verdad social se impone sobre cualquier manipulación ideológica. Benigno Blanco, en el pasado congreso de eciudadanos.org, nos recuerda que, en todas las encuestas, los más jóvenes sitúan como institución más valorada a la familia. Todos los agentes sociales asumen ya que no hay mejor asistencia que el amor familiar para los mayores problemas de nuestro siglo: paro, vivienda, drogodependencia, tercera edad, enfermedades terminales… Son todas estas las razones -y realidades sociales- que han llevado al derecho, durante siglos, a proteger la institución matrimonial y familiar. Sólo el matrimonio y la familia se ha mostrado capaz, durante miles de años, de garantizar todos estos bienes sociales. Por eso, cuando ocurrentes leyes y gobiernos amenazan con debilitar esta institución, es obligación de todos los que le debemos algo a nuestra familia -y le debemos casi todo- defenderla. ¿Cómo? Le invito a leer esta columna las próximas semanas. Sirva un anticipo: una gran manifestación el próximo 18 de junio, sábado, en Madrid. Pero, querido lector, no venga solo. Venga arropado y acogido. Venga con su familia.