EL REDCUADRO
Como en la casa de uno...
Por Antonio Burgos3 min
Opinión05-09-2004
Salían dos vecinos en un coche campero camino de Ronda, para ver torear a un muchacho nuevo de Camas, cuentan que la viva estampa de aquel faraón de las esencias. Y por la calle del barrio, en la tarde septembrina metida en vendimia de lluvia con las uvas de sus goterones, venía Antonio Galisteo. Quien tuvo retuvo. Y quien tuvo la gloria de ser torero retuvo los andares. Los toreros, aun retirados, mantienen los andares como los obispos eméritos el respeto de las solteronas de novena, rosario, abanico y cretona. Galisteo ahora vende flores, como antes vendió las de su capote o sus banderillas. Y camino de su floristería iba con andares toreros. Ese compás del paseíllo es como montar en bicicleta, nunca se olvida. Y desde lejos, con el plural mayestático de los ritos solemnes, alzando la mano derecha y haciendo con pulgar e índice el signo de tocar pelo, me dijo: - ¿Qué, el domingo reaparecemos en la Maestranza, no? Galisteo hizo que me acordara de Belmonte, otro que nunca perdió los andares toreros, y que se pegó un tiro para que nadie lo viera arrastrando los pies por la calle Sierpes. A ver si no me pasa hoy, en esta puerta de cuadrillas, reliado al capote con la jindama del tararí al lado de estos dos maestros, Antonio Mingote y Jaime Campmany, como a aquel torerito retirado por las cornás del canguelo que se le acercó a Juan Belmonte mientras tomaba café con Rafael el Gallo en su tertulia de Los Corales. Metiéndose en la conversación y en donde a nadie le importa, el torerito retirado por el fracaso le espetó al Pasmo de Triana: - Don Juan, ¿sabe usted que voy a volver? Y don Juan, en el tartajeo sublime al que algunos rendimos tributo con un habla abelmontada, le dijo: - ¿Y qui...qui.. quién te ha pedido que vuelvas? Eso, eso: ¿quién me ha pedido que vuelva? Pues usted, lector. No ahora, sino todos esos días en que me echó de menos. Hay sitios de donde uno, por mucho que se aleje, no se va. No creo que Luis Cernuda se fuera nunca de Sevilla, ni que Alberti se fuera nunca del Puerto. He estado por ahí, pero en realidad no me he movido del sitio. Del sitito de su memoria, lector, que me hacía el honor de echarme de menos. Siempre es mejor que lo echen a uno de menos que de más. En realidad vuelvo para no responder más preguntas. Para poder asistir tranquilito a la próxima cena de los Cavia. Cada vez que cogía el Ave y el esmoquin para ir a los Cavia, sabía que me iban a preguntar cien veces: - ¿Y tú cuando vas a volver a esta Casa, que es la tuya? Ea, se acabó: ni una pregunta más en la cena de los Cavia. No por nada, sino porque hasta a mi esmoquin le daba una pereza horrible responderlas. Por no salir del periódico, es lo que tantas noches de cierre, café, platina y linotipia contaba Antonio Colón, mi viejo redactor-jefe, que desde el Tánger de Paul Bowles y del "España" se reencontró aquí con el liberalismo durante la dictadura. Colón relataba la historia de aquella vieja moribunda a la que daba el santolio su confesor, confortándola: - Ea, hija mía, pues dentro de nada vas a estar en la casa del Padre, donde toda perfección tiene su asiento y todo gozo su eterno reinado. Verás qué bien vas a estar allí... A lo que la vieja, abriendo un ojo casi desde la muerte, respondió: - Quite usted, padre, que como en la casa de una no se está en ninguna parte. Entero y pleno, que diría mi filósofo de cabecera, Beni de Cádiz.
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Antonio Burgos
Columnista del diario ABC
Andaluz, sevillano y del Betis
** Este artículo está publicado en el periódico ABC y posteriormente recogido de AntonioBurgos.com por gentileza del autor