CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
Refresco y palomitas
Por Álvaro Abellán3 min
Opinión29-06-2003
La pantalla roza el corazón a través de los ojos; el aroma a palomitas recién hechas invade los pulmones; el refresco alivia la sed salada y llena el estómago. El cine y las chucherías parecían íntimamente ligados en la batalla por tomar plaza en nuestras vísceras: corazón, pulmones, estómago. Pero de un tiempo a esta parte el cine ataca al sistema nervioso y al cerebro. Películas como Matrix Reloaded hacen que se nos atraganten las palomitas o que derramemos la bebida sobre el espectador de nuestra izquierda, en un acto reflejo para esquivar las balas más lentas de la historia del cine. Pero también nos obliga a tomar nota de los discursos megalómanos y megalargos de protagonistas y antagonistas. Películas como Minority Report nos recuerdan que la política-ficción se adelanta a la realidad sólo unos meses, y que la realidad acabará por ganar la carrera. En el cine contemporáneo hemos pasado de lo sentimental y gastronómico -del espectáculo-, a la filosofía, los ataques de nervios y los discursos sesudos. Justo al contrario que en la política contemporánea. Hace unos días tomé conciencia de lo que significaba el hábito adquirido desde, aproximadamente, las últimas elecciones autonómicas. Seguramente comenzó algo antes, con la guerra de Iraq o, quizá, con lo del Prestige. El caso es que me vi a mí mismo, sentado en el sofá, frente al televisor, esperando la hora en punto y con las patatas fritas y la jarra de agua fresquita preparadas. Me había preparado para el espectáculo, la actuación de nuestros políticos de la Comunidad de Madrid en el debate de la sesión de investidura -en la que todos sabían que nadie sería investido-. Fernández, de IU, dijo palabras preciosas: habló de lazos de confianza, de diálogo entre las fuerzas políticas y de representatividad de las cámaras. Es decir, propuso todo lo contrario de lo que ha practicado y fomentado hasta aquel momento. ¿Ha cambiado de idea o quizá no ve la viga en el ojo propio? Simancas, narrador de una trama político-económica que es la envidia de los productores cinematográficos, se repitió hasta imitarse a sí mismo, utilizó expresiones facilonas y se rió de sus propios chistes (imperdonable, y prueba de que se los escribieron). Porta, la vocal socialista de boca sucia, se mostró tan barriobajera que hasta los rebeldes de barrio Dean y Brando se hubieran ruborizado. El momento lírico, como de cine clásico, vino con las lágrimas de Aguirre en el recuerdo a su difunto padre. Todos fuimos Aguirre porque todos hemos perdido a alguien, y el grupo popular, en pie, rompió a aplaudir, como si Aguirre fuera la Chavela Vargas de sus amarguras amargas. Se cerró el telón. Hubo aplauso, pero faltó el “Fin” y la votación, como las votaciones de las películas, deja todo en suspense, en espera de la secuela. Se escribirá de nuestra época que íbamos al cine con la libreta y la determinación de aprender sobre nuestro futuro; y al Parlamento, con las ganas de llorar, reír y pasar un buen rato. Tiempos confusos.