CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
Lealtades
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión14-04-2003
Vi, expectante -casi todos los occidentales, incluso los allí ubicados, no somos más que espectadores-, cómo muchos iraquíes que 24 horas antes juraban ante las cámaras y ante Alá lealtad a Sadam, derrumbaban las esculturas del dictador. Sí, los mismos que ayer le debían su vida y eterno agradecimiento hoy golpean con la suela de su zapato -la parte más innoble del hombre- el rostro en bronce de Sadam Hussein. No pude evitar el paralelismo con el magistral final de La lengua de las mariposas. En la última escena de la película, los azules toman el pueblo y trasladan a los prisioneros hacia una camión militar. Todos miran a los detenidos y les insultan: “Rojo, rojo”, “asesino”. Moncho, un chiquillo de ocho años que había descubierto el mundo de la mano de su adorado maestro, reniega de él y, cuando lo ve detenido por los falangistas, le insulta con todas las palabras que le vienen a la cabeza, algunas de ellas, aprendidas del vilipendiado maestro. Y éste, que adoraba al chico como a un hijo, queda mudo, impasible, muerto. Quizá sin comprender, o comprendiendo demasiado. Hay muchos nombres para ese tipo de personas que mudan su palabra en función de las circunstancias. Absteniéndome de comentarios morales y de conciencia, los definiré como aquellos para quienes la vida, especialmente la suya, es un valor supremo, por encima de religión, ideales y otras lealtades. Es una definición general, pero en absoluto imprecisa, y en ella caben también los que creen que ninguna guerra es justa, los que consideran la vida un valor supremo, por encima de la justicia y otros valores. La injusticia de esta guerra contra Iraq es evidente, pero muchos, movidos por corazones no atemperados por la razón, por oscuros intereses, o caídos en la trampa demagógica de la realidad como dilema, se empeñan en condenar toda guerra. Son el contrapunto radical de los británicos, ejemplo de lealtad y memoria. Tony Blair se encargó de recordar tras el 11-S que igual que los estadounidenses no dejaron sola a Europa cuando Hitler dominaba casi todo el continente, los británicos no dejarían sólo a EE.UU. frente a la nueva amenaza, el terrorismo internacional. El británico es el ejemplo de lealtad contrario al que abre este artículo. Si bien algunos -subrayo: algunos- iraquíes pecaron por defecto de lealtad, los británicos pecaron por exceso. Una prueba más para los que no quieren entender que sobre la guerra, la lealtad y tantas otras cuestiones morales e intermedias, no existen dilemas. No es con Sadam o con Bush; no es asesino o pacifista; no es funcionar a golpe de encuestas o ser un tirano. El único radicalismo que cabe es luchar por la verdad. Y ésta, en cuestiones humanas, rara vez cabe en un eslogan.