CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
Inteligencia política
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión17-03-2003
Inteligencia y política son hoy dos palabras que casan con dificultad. Parece llevarse el modelo Bush Jr. estrechez de miras, el Chirac corrupto superviviente o, en el mejor de los casos, el Aznar convicciones más allá de la realidad. Aparece en la política española un nuevo modelo, el Zapatero pancartero, calificativo nacido, según creo, en la fábrica de descalificaciones andaluzas de Javier Arenas. Por eso sorprende tanto el modelo Gallardón, inteligente y astuto. El presidente de la Comunidad de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, tenía en su agenda inaugurar la Facultad de Informática de la Universidad Complutense de Madrid. Allí le esperaban manifestantes y consignas. Él, igual que José María Álvarez del Manzano, lo sabía. Pero, al contrario que el alcalde, Gallardón no huyó y acudió a la cita. En actos precedentes, sus compañeros populares usaron los cuerpos de seguridad para apartar del itinerario previsto -con mayor o menor fuerza- a los manifestantes. Gallardón dejó hacer a los estudiantes y fue él quien modificó repetidamente su trayectoria usando, además, su gran baza electoral: el servicio público. Llegado el momento de su discurso, no impidió el acceso a la sala a quienes gritaban consignas, sino que les invitó a entrar, les tendió la mano hasta que se la aceptaron e invitó a un representante a leer su manifiesto contra la guerra. Cuando Marcelo terminó la entrecortada lectura del demagógico documento, Gallardón retomó la palabra y trató de exponer sus razones. No le dejaron y dio una lección de esta mal entendida tolerancia: “Pido para mí lo mismo que para vuestro compañero Marcelo, respeto desde la discrepancia”. No callaban y él siguió: “Os digo una cosa, no hace tanto tiempo que yo estaba sentado allí, donde vosotros, y cuando más fuerza tenían nuestros argumentos era cuando escuchábamos a quienes pensaban de forma distinta”. “Lo que yo aprendí en la universidad es que la fuerza del diálogo y la razón son más importantes que el tono de mi voz” y, vendiendo magistralmente la universidad madrileña, concluyó: “Os hago un pronóstico: cuando terminéis la universidad sabréis escuchar y escucharéis a quienes piensan distinto que vosotros. Gracias”. Una frase de gran político; una lástima que esté tan alejada de la realidad: quien llega a la universidad sin saber escuchar, difícil lo tiene. Demasiadas líneas para recrearme en una acción intrascendente de un político autonómico, reflexiono. Es verdad. Lo achaco a la alegría interior que me produce el hecho de ver una acción política inteligente, la primera en mucho tiempo en nuestro desolado panorama. Pero la alegría muere pronto, pues además de capacidades como la inteligencia a un político hay que pedirle, sobre todo, virtudes como la prudencia y la lucha por la verdad. Esta carencia es aún más profunda y larga. “Hasta cuándo”, repite Páez.