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ANÁLISIS DE LA SEMANA

Disfraces

Fotografía

Por Almudena HernándezTiempo de lectura2 min
Sociedad03-03-2003

Debajo de un disfraz pueden esconderse muchas cosas: el asesino imitará al santo, pero con un arma bajo el hábito; el tímido se vestirá de forma vistosa; los hombres, de mujeres; las mujeres, de hombres; los niños, de mayores y los mayores, de niños. Todos se mezclan estos días, el carnaval invade el mundo, pero la realidad demuestra que el carnaval se vive todo el año. Poco es lo que parece. Mientras algunas personalidades políticas, financieras y empresariales se esmeran en decir que la producción de droga da dinero allí de donde procede, se olvidan de hacer público quiénes son los beneficiarios de esos fondos negros. Y precisamente no están en Sudamérica ni en África: la ONU ha dicho en un informe que esos fondos del narcotráfico benefician a destinatarios estadounidenses y europeos. El baile de máscaras está también a pie de calle en España, donde muchos jóvenes esconden sus complejos y falta de valores detrás de la careta del consumo de drogas. Posiblemente sea culpa del volumen de la música, que muchas veces está tan alto que no les deja escucharse a muchos padres y educadores. En muchas familias españolas ocurre lo mismo que en carnaval: los jóvenes y adolescentes juegan a ser mayores sin serlo. Muchos de ellos desconocen quizás que el próximo carnaval no tendrán que disfrazarse porque habrán muerto intoxicados, o su mente estará afectada para siempre. La variopinta España muestra todo el año una fiesta de disfraces: unos van de quijotes, otros de Sancho Panza y algún que otro, de Rocinante hasta que, en el camino, topan con la Iglesia. Si doña Cuaresma pierde la batalla para dar paso al jolgorio, al colorido y al carnaval, las incoherencias que proceden desde algunas esferas de la institución de Jesucristo y desde rancios tribunales africanos de injusticia son un motivo de crítica para las chirigotas. Aunque son un asunto muy serio. Habrá quien dirá que si molesta esta mano es mejor cortársela, pero no se dan cuenta de que hay enfermedades que afectan a todo el cuerpo, por lo que matar al perro quizás no sea lo más adecuado para acabar con la rabia.

Fotografía de Almudena Hernández

Almudena Hernández

Doctora en Periodismo

Diez años en información social

Las personas, por encima de todo