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APUNTES DE BANQUILLO

Sorpresas rejuvenecedoras

Fotografía

Por Roberto J. MadrigalTiempo de lectura2 min
Deportes02-03-2003

Pocas competiciones pueden presumir de mover los dineros que manejan los aspirantes a la Copa América, la Fórmula 1 del mar por presupuestos –los diez equipos mueven un total cercano a los 500 millones de dólares–, por tradición –más de un siglo y medio de historia– y por prestigio. El defensor del título se enfrenta al vencedor de la Copa Louis Vuitton, un desafío al que concurre lo más selecto de la marinería de cada casa. En el intentó se quedó hace algunos años el desafío español, que no pasó el corte… y que no ha vuelto a intentar superarse. La capacidad de trabajar en equipo, pero subordinada al liderazgo de un patrón, la inversión tecnológica, supeditada a las condiciones de la mar y a las tácticas de competición, son las condiciones que convierten en mítica a una competición, por lo demás, inútil. Ni los veleros se utilizan ya fuera de la competición, ni los carísimos avances tecnológicos –quillas de diseños revolucionarios que permiten la mayor estabilidad a alta velocidad, cascos y mástiles de fibras ultraligeras y de máxima resistencia…– permiten un uso asequible para el común de los mortales. La leyenda de la Copa América, pues, queda reservada a locos millonarios, capaces de jugarse fortunas por el orgullo de probar sus capacidades en el intento por alcanzar una victoria que les permita inscribir su nombre en la historia. De tales mecenazgos, siempre generosos, se benefician tripulantes como el neozelandés Russell Coutts, dispuestos a engrandecer su palmarés en los campos de batalla, el cuerpo a cuerpo de las regatas. Sin embargo, también en las competiciones de mayor antigüedad surgen sorpresas que alimentan los desafíos. La principal de ellas, que un barco europeo haya sido capaz de mojar la oreja a los veleros estadounidenses y neozelandeses, aunque fuese a costa de fichar a golpe de talonario a la tripulación del anterior campeón –lo cual suscitó numerosas críticas en el país oceánico, hasta el punto de que se enviaron amenazas a los tripulantes desertores–. El triunfo del Alinghi, por encima de las anécdotas del país que lo abandera, Suiza, debe ser un acicate para los patrocinadores europeos, en la medida en que el Viejo Continente presume de ser tan bueno o mejor que sus competidores. Es el momento de demostrarlo.

Fotografía de Roberto J. Madrigal