CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
Guerra preventiva
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión09-02-2003
Es muy fácil decir que en la guerra pierden todos, que no hay guerras justas y que una mala paz es siempre mejor que la mejor guerra. Esto contradice la experiencia presente e histórica, además de ser una simplificación propia de propagandistas. Mejor matizaba Lacordaire: “Toda guerra de liberación es sagrada, toda guerra de opresión es maldita”. Pequeña lección para la autoproclamada cultura española -nuestros actores y actrices-. Pequeña lección, digo, ya que muestra cómo un eslogan no tiene porqué ser reduccionista y tendencioso, como lo es el “no a la guerra”, más propio de un Goebbles invertido que de un hombre de cultura. La guerra es un mal pero, a veces, un mal menor. Claro que hay guerras justas. Y, sobre todo, hay unas más justas que otras. Parece evidente que la ONU necesita tener capacidad coercitiva. La intervención militar que garantice el cumplimiento de la gran legisladora internacional es tan necesaria como la intervención policial lo es para respaldar las legislaciones y decisiones judiciales de cada país. Admitiendo esto, cabría preguntarse por qué desde 1990 hasta hoy no se ha puesto fin al régimen inhumano de Husein. O por qué no se obliga a Israel, Marruecos, China o EE.UU. a cumplir otras resoluciones de la ONU. Se desvelarían así tanto la hipocresía de quienes ahora abanderan la guerra contra Irak como las razones que llevan a la intervención en este momento. Pero el debate no está cerrado: intereses hipócritas aparte, la recta conciencia nos dice que la dictadura iraquí debe terminar. Al anterior y sempiterno debate se añade uno nuevo sobre el que la cultura americana sí se ha pronunciado (veremos cuándo la nuestra): el concepto de “guerra preventiva”, calcado al de “precrimen” en Minority report. Ambos conceptos presuponen un hombre sin libertad en sus decisiones ni intimidad en su conciencia; un hombre que es juzgado y condenado por no haber hecho nada, porque sabemos que necesariamente lo hubiera hecho si le hubiésemos dejado. No conozco a quien no tenga posibilidad de elegir o de cambiar de idea, ni conozco a alguien capaz de entrar en la conciencia de otro. No conozco, pues, ni al reo ni a juez necesarios para aplicar un concepto como “guerra preventiva”. Si por algo me parece condenable Bush Jr. no es porque entre en guerra contra un régimen dictatorial, ni porque susrazones sean más o menos egoístas, sino porque cree en una justicia en la que los demás somos autómatas y que él es el juez supremo.