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SIN ESPINAS

Bush y Dios

Fotografía

Por Javier de la RosaTiempo de lectura2 min
Opinión09-02-2003

Sadam es Dios para su pueblo. Por eso, y su ateísmo, descarta ahora proclamar a los cuatro vientos que se acerca la Guerra Santa. Sadam sólo cree en él, y sus súbditos no necesitan más conjura para morir por el cielo que les tiene prometido. Es curioso que quien más apele al Creador de los hombres, pronuncie su nombre en vano o juegue con sus designios en estos momentos sea el propio George Bush. Desde el “Dios bendiga América” y al resto del planeta que le den, incluida América del sur que es tan o más América que la del norte, hasta pronunciar esta semana ante un grupo de religiosos estadounidenses que las cosas que van a pasar en el mundo son porque Dios las quiere. Vamos, que si estamos abocados a una guerra no será por causalidad. En esa reunión, también afirmó que los americanos saben cual es su misión en el mundo. Resulta revelador como este nuevo mesías de sombrero y cartucheras interpreta la voluntad de Dios y hace uso de ella para justificar sus delirios de grandeza. Tener clara la diferencia entre lo que Dios permite y lo que quiere es muy importante para no atribuirle nuestros deseos y pensamientos. Más aún, cuando la repentina luz sobre la misión encomendada a este estratega de paja de trigo en la boca, contradice su desconcierto inicial sobre los designios que Dios tenía para el mundo. Tan sólo dos semanas antes en el discurso sobre el Estado de la Unión, Bush terminaba su alegato a la guerra con la tesis contraria: “No pretendemos conocer todos los caminos de la Providencia, pero confiamos en ellos, depositando nuestra confianza en ese Dios de amor, más allá de la existencia, más allá de la historia. Que él nos guíe en estos momentos...” . Es curioso que Bush no pretenda, o mejor dicho, no le interese conocer los caminos de la Providencia; cuando de ponerse a buscarlos, ese Dios del amor del que habla le diría que Amor y Guerra son incompatibles. Dos semanas después, reconociendo que no pretende conocer esos caminos, tiene clara y diáfana su misión y la de su pueblo en el planeta. Las verdaderas mentiras se ocultan y descubren entre líneas. Que Dios le guíe y le dé sabiduría -como también ha pedido-... y que le perdone.

Fotografía de Javier de la Rosa