APUNTES DE BANQUILLO
Vueltas a la ¿normalidad?
Por Roberto J. Madrigal2 min
Deportes09-02-2003
Las aguas que venían revueltas en Santander y Barcelona parecen, como las del Ebro, volver poco a poco a su cauce. Dimitri Piterman dejó por fin las afrentas de los fotógrafos para sentarse en el banquillo y dejar tiempo, por fin, de comprobar si el Racing es capaz de salir del pozo en el que se ha metido. La gente de Santander, incluso, se ha puesto de su parte, a pesar de las dudas que aún planean con respecto a la viabilidad del modelo deportivo que propone el ucraniano: lo primero es lo primero, y se trata de escapar del descenso. Pero que nadie se confíe, para que después no haya sustos que podrían haberse evitado. En el Barcelona, sin volver aún del todo a la normalidad, los eternos affaires de la directiva apuntan al menos a una solución. Con todo, también hay una precaución: pese a la unanimidad del mundo del fútbol en torno al acierto de la decisión final de Joan Gaspart y que el ambiente se ha tranquilizado mucho para permitir el trabajo de Radomir Antic, no es ni mucho menos inimaginable un último golpe de efecto. Gaspart es un hombre tan forofo y tan visceral, que sabe como nadie la manera de poner a sus enemigos, si no a su favor, sí de modo que le concedan el beneficio de la duda. En la medida en que crea más importante este objetivo que la gestión de sus tres años en el club, la estabilidad que se avecina puede quedar en el aire. Salvador Alemany, el último directivo dimisionario del Barça, dejó una opinión que cualquier individuo con sentido común puede –es más, debería– suscribir: que los dirigentes deben dejar el protagonismo. No lo dijo ni mucho menos por quedar bien: el trabajo de Alemany en la sección de baloncesto del club azulgrana nunca ha hecho ruido, pero ha conseguido que el Barcelona tenga desde hace años una estabilidad, un potencial y un señorío del que muchos deberían tomar ejemplo. Incluso en la Federación Española (RFEF), a pesar del cuidado de quienes componen la cara visible de la selección –no sólo de fútbol, sino también de fútbol sala–, hay demasiado revuelo en los despachos: la marcha del secretario general, Gerardo González, y que su cargo lo asuma el presidente, Ángel María Villar –que además de controlar los puestos clave de la Federación, dedica parte de su tiempo al Comité Ejecutivo de la FIFA– hace pensar que la imagen de profesionalidad que se quiere implantar en el deporte es una cuestión que avanza más lentamente de lo que sería deseable. Habrá que hacer un gran esfuerzo para pasarlo todo por alto y centrarse en seguir disfrutando de gestas deportivas como la de Alberto García. Al menos, por suerte, parece que intentarlo puede merecer la pena.