APUNTES DE BANQUILLO
Bálsamos japoneses
Por Roberto J. Madrigal
2 min
Deportes08-12-2002
El Real Madrid llegó dubitativo y con una oleada de gripe a Japón, para medirse en la final de la Intercontinental al Olimpia de Asunción. Pero sin más tiempo que para un par de entrenamientos para capear el jet-lag, salió de allí con el mejor colofón posible para el Centenario, coronando el doblete europeo que comenzó en mayo con la Liga de Campeones y siguió en agosto con la exhibición en la Supercopa europea–. El prestigio labrado durante todo un siglo ha encontrado el apoyo irrefutable de los números: el Madrid se ha convertido en el equipo que más títulos internacionales ha conseguido, con quince –tan sólo se le escapó la Recopa, desaparecida hace tres años–. Impresionante. Además del prestigio del club blanco, lo mejor de todo es que ganó el fútbol. Ahí sí mereció la enhorabuena el Madrid. A los de Del Bosque les va eso de atacar; así que con espacios, como le dejó su rival paraguayo, y con un ritmo alegre para jugar, encuentra el caldo de cultivo idóneo para que las figuras destapen sus habilidades. Al repertorio de detalles técnicos de los jugadores merengues –los que más se dejaron ver fueron Roberto Carlos, Raúl, Ronaldo y Figo– tan sólo le faltó un punto de mesura. Demasiadas virguerías, como los taconazos en el área propia que casi le cuestan un disgusto, llevan consigo una imagen de prepotencia que muchos le achacan al Madrid. Pero tanto más que de las filigranas, el Real Madrid necesita el equilibrio que le aportan Íker Casillas, Esteban Cambiasso e Iván Helguera. Los guardaespaldas de las figuras son los que realmente engrandecen al Madrid. Hay ejemplos cercanos: el enorme talento de jugadores como Pablo Aimar –que no le costó un riñón, por cierto, al Valencia– y Juan Carlos Valerón no sería igual de vistoso si no estuvieran a su lado gente como Baraja, Sergio, Albelda y Mauro Silva. Por eso no sorprende que Florentino Pérez y Jorge Valdano se replanteen su política deportiva, toda vez se dan cuenta de que la cantera, aunque es una buena teoría, no puede por sí sola compensar lo que no aportan los cracks. Queda claro, pues, que las alabanzas deben ser las justas, vista esa fase cíclica que presenta el club en Europa desde 1997 –gana la Champions cada dos años, pero con una impresión de que los jugadores se mentalizan sólo cuando se sienten en la obligación de ganarla–. El prestigio no sólo lo dan los títulos, sino el trabajo, y con permiso de la Copa –la única competición en que han demostrado su solvencia los suplentes–, en la Liga la harina es de otro costal. Nadie es tan inocente de permitir que el Real Madrid juegue dominando el balón y con espacios. Las grandes gestas, como la de Glasgow y ésta de Yokohama, necesitan ser excepcionales para seguir siendo gestas.
