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ANÁLISIS DE LA SEMANA

Morir (de amor)

Fotografía

Por Almudena HernándezTiempo de lectura2 min
Sociedad08-12-2002

Vivir así es morir de amor. Lloran y se desesperan los marineros gallegos. Hombres enamorados de la mar, la mar del norte, mujer fría vestida de cristal azul y vuelos de enaguas bordados en espuma encabritada. Ahora la mar está negra, vestida de luto. Casi muerta. Y por ella mueren de amor miles de gallegos que ven cómo el paisaje se ha tornado en un cementerio: playas sin arena limpia, aves sin alas, esculpidas sus siluetas en la oscuridad del fuel. Todas las manos son pocas, si ya está el mal hecho. Lo más triste de este drama es que quizás no se quiera aprender de él y se busquen soluciones para evitar otros desastres. Lloran los hombres de la mar negra hastiados de tanta foto, de tanta hipocresía porque ahora toca ayudar a Galicia. Ahora y siempre hay que tener la palabra ecología en la mente y echar las manos. ¿Cuántos papeles, botes y kilos de basura quedan las cunetas de las carreteras? ¿Cuántas personas cambian el aceite del coche en el campo? ¿Cuántas colillas se apagan en la arena, al lado de la sombrilla del veraneante? ¿Cuánta mierda echa el hombre? ¿Se está poniendo a prueba para averiguar cuánta es capaz de echar? Un aviso: aunque no estén en la costa manchada, hay muchas catástrofes naturales en España. Y con pocas fotos. Y con pocos voluntarios. Con razón se puede pensar que el hombre es como los animales. Irracional. La costa del fin de la tierra está de luto, es como si el fin del mundo hubiese llegado para los marineros, esos hombres de brazos cansados y corazón agonizante de tanto amar a la mar. En cada ave petroleada muere una ilusión, una esperanza por no vivir los años que hagan falta para volver a verlo todo como el Paraíso. Pero el hombre es hipócrita, es soberbio, es un engreído animal irracional que no es capaz de pensar dos veces las consecuencias que pueden tener sus irresponsabilidades. Luego dedica una hora diaria a limosnar solidaridad, a acordarse del que lo necesita, un día al año, un año a la vida. Nada. No se da cuenta de que existen otros hombres a los que apenas les queda sal en las lágrimas para llorarle a la mar y a punto están de morir de amor y que mañana, hoy, ahora mismo, otros muchos lloran por otras muchas cosas.

Fotografía de Almudena Hernández

Almudena Hernández

Doctora en Periodismo

Diez años en información social

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