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SIN ESPINAS

Golfos como torres

Fotografía

Por Javier de la RosaTiempo de lectura2 min
Opinión08-09-2002

Del odio de Sadam Hussein a los norteamericanos no hace falta que nos convenza nadie. Eso ya lo sabíamos desde la Guerra del Golfo. De las golfadas del mandatario iraquí a principios de los 90 tuvimos muy buena cuenta; nos las vendieron muy bien en aquella ocasión. Tal vez papá Bush respetaba más al mundo que Clinton o junior como para darle una explicación creíble a sus juegos de patriota. Pero al final, la captura del moro por la del petróleo u oro negro hizo sucumbir todas las fobias viscerales en favor del argumento económico. Según muchos historiadores y analistas, la primera y verdadera razón de todas las grandes guerras del siglo pasado. En esta ocasión, tan negro como el petróleo está el cerebro del jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, quien parece ser el único en haberse creído el cuento de la primera guerra contra Irak. El lazo consanguíneo entre la primera guerra del golfo y la nueva guerra del segundo... golfo necesitará de argumentos más contundentes. Para convencer a alemanes o franceses, por ejemplo, no valdrá sólo con contarnos que Sadam es un señor muy malo y muy peligroso que no se quedará quieto hasta ver destronado al imperio yanqui. "Donald Rumsfeld está obsesionado con la idea de liquidar a Sadam", ha asegurado un ex inspector de la ONU en Irak, que acusa al jefe del Pentágono de mentirle al mundo como un bellaco. Desmentir que Irak posee fábricas subterráneas para la producción de armas de destrucción masiva parece haber sido mucho más fácil que explicarle al mundo que, tras el 11-S, todo enemigo declarado de EE.UU. debe ser aniquilado. Qué menos, que en vísperas del primer aniversario. Otros seguimos pensando que más que dar estos golpes para convencer a la opinión pública norteamericana lo que se trata es de mantener viva la maquinaria de la guerra. Ese motor de la economía estadounidense que, más que darles quebraderos de cabeza para explicarle el absurdo al resto del planeta, propicia la supremacía de golfos como torres. Y, mientras tanto, Sadam le dice a su pueblo que no se preocupe porque torres más altas han caído.

Fotografía de Javier de la Rosa