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ANÁLISIS DE ESPAÑA

Alcaldes austeros

Fotografía

Por Alejandro RequeijoTiempo de lectura3 min
España22-06-2015

No es la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales la tarea más difícil que tiene entre manos la nueva política. En cualquier caso todo el ánimo desde aquí para Íñigo Errejón con sus tribulaciones. Mejor esos debates en twitter que los de Zapata y Soto. Lo más complicado tampoco será imponer primarias para todos o acostumbrar el ojo del electorado a que sus líderes cambien el coche oficial por el metro o la bici porque hasta el taxi con el que Revilla se las daba de outsider cuando iba a La Moncloa se antoja ya como un lujo. Más costoso va a ser instaurar la moda de que los cargos electos se bajen los sueldos. Había cierto consenso en que cuanto más cobrasen menos tentaciones tendrían de irse a cobrar aún más a la privada. Todo esto desde la creencia de que los mejores talentos estaban y debían permanecer en la cosa pública. Luego también había quien pensaba que cuanto más cobrasen, menos tentaciones tendrían de meter la mano en la caja. Pero llegó la crisis y este fue uno de los primeros consensos que saltó por los aires.

Resulta que a la privada se iban igual, pero tras aprovechar su paso por la política para beneficiar a las mismas empresas que luego les acogían en sus consejos de administración. Y sobre lo de meter la mano en la caja, en fin, dinero llamó a dinero. Tampoco está muy claro que los mejores talentos se quedasen en la función pública. Pero una cosa es rebelarse contra esto y otra que un alcalde cobre lo mismo que un bedel, igual que era difícilmente asumible que un alcalde cobrase más que el presidente del Gobierno. En esto también habría que respetar aunque sea mínimamente una jerarquía lógica. ¿Y si los políticos pasasen a cobrar por objetivos o rendimiento? A más problemas resueltos, más sueldo. Es sólo otra idea. Quien lo aceptase no dejaría dudas de su implicación ni de la fe en sus propias políticas. Si su gestión fuese un rotundo éxito nadie se opondría a una recompensa económica acorde.

La bajada de sueldos sólo se entiende desde el deseo de predicar con el ejemplo, contribuir al reparto de la riqueza (esto admitiría matices) o solidarizarse con el momento de estrechez general. Pero casa poco con la pretendida resistencia greconumantina ante el austericidio. Uno no sabe por tanto si dar las gracias o echar a correr. Se suponía que la idea era vivir mejor, pero es verdad que nadie dijo que eso significase cobrar mucho. Esto, que en el fondo tiene que ver con el apego por el dinero, acepta un debate muy profundo y quizá loable, tanto como para figurar en una encíclica del Papa. El ex presidente uruguayo José Mújica -quien nunca dejó de vivir en su piso de siempre- cuenta con discursos muy ilustrativos en favor de tener menos dinero, pero más tiempo libre para gastarlo. Pero en esta bajada de sueldos de los alcaldes subyace también una motivación ideológica desde esa idea tan cainitamente extendida en España que consiste en pensar mal del que tiene mucho dinero. Quien tiene un Ferrari en el garaje es porque algo malo habrá hecho, aunque ese algo sea montar una empresa que reporte miles de puestos de trabajo o simplemente haber currado de sol a sol y haber ahorrado toda la vida. El problema por tanto no es que haya alcaldes que se bajen el sueldo hasta cobrar lo que ellos consideran suficiente, el problema sería que esos mismos políticos fuesen quienes pretendiesen decidir por nosotros cuál es la barrera de lo suficiente.

Fotografía de Alejandro Requeijo

Alejandro Requeijo

Licenciado en Periodismo

Escribo en LaSemana.es desde 2003

Redactor de El Español

Especialista en Seguridad y Terrorismo

He trabajado en Europa Press, EFE y Somos Radio