IMPRESIONES
El cuidado por la excelencia
Por Álvaro Abellán
2 min
Opinión06-04-2015
La vida humana es cuidado de sí, cuidado por la verdad y el bien de uno y, por eso mismo, secundariamente, la vida humana es cuidado de lo que de sí mismas tienen las realidades que conforman nuestra circunstancia. Esta es la tesis fundamental del pensamiento socrático y el modo razonable de entender el “sólo sé que no sé nada”, afirmación, por lo demás, que no podemos atribuir –así formulada y sin mayor contexto– al filósofo griego.
Lo que no sabemos al nacer, ni sabemos de forma completa en ningún tramo de nuestra vida, es cuáles son la verdad y el bien propios. Por eso son necesarios el diálogo y el autoexamen, no como método preliminar –para descubrir de una vez y para siempre quiénes somos y quiénes estamos llamados a ser– sino como camino constantemente renovado. Si la vida es cuidado de sí, el diálogo es el alimento y la medicina. Nos proporciona luz y energía para mirar al futuro y nos purifica en el examen sobre nuestro presente y nuestro pasado.
El conocimiento de uno mismo comienza cuando reflexionamos acerca de lo que hacemos, de cómo nos afecta lo que hacemos y de cómo les afecta a los demás. Gracias a esa reflexión reconocemos en nosotros distintas motivaciones, intenciones… y vamos cobrando conciencia de la necesidad de un criterio que unifique nuestra vida, una razón última que de unidad a cada decisión, a cada situación, a cada acción. Nuestra vida, en ese sentido, es una hipótesis, una tesis acerca de la verdad y el bien. Nuestra vida es para nosotros una pregunta y, vistos desde fuera, nuestra vida es, para los otros, un ensayo de respuesta.
De pequeños somos sobre todo herederos, y aunque nunca dejemos de serlo, como adolescentes empieza un juego de ensayo, prueba y error, con el que esa herencia va cobrando un perfil y un carácter propio, único. El joven va encontrando cierto acuerdo consigo mismo, cierta armonía y estabilidad, pero siempre bajo la forma de tentativa. Por eso la verdad honesta, descubierta, la verdad sobre nosotros mismos, se presenta siempre bajo la posibilidad de corrección. Nos exigimos a nosotros mismos una comprobación constante mediante el discurso coherente y, sobre todo, mediante nuestras obras.
Ser excelente (ex-celsus) tiene una pluralidad de matices muy rica. Ser excelente es sobresalir, elevarse, ser óptimo. La excelencia personal no es en este sentido un criterio estándar, sino la plenitud posible de cada uno. Esta visión acentúa la excelencia en el orden de nuestras capacidades. Pero ser excelente es también la consecuencia de vivir en lo elevado y desde este punto de vista nuestra excelencia depende de nuestra vinculación a un ideal. También ser ex-celente es estar hecho de lo elevado: “As dreams are made on” (Shakespeare). Sueños somos o, mejor: nuestros sueños nos conforman. Y distinguir entre ensoñaciones de pesadilla que nos pierden e ideales que nos impulsan a dar lo mejor de nosotros es una tarea esencial para el cuidado de nuestra excelencia.