IMPRESIONES
El esnobismo de las golondrinas
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión16-03-2015
Soy consciente de que mi alejamiento de la Literatura tiene consecuencias negativas en el cuidado de mi personalidad y mi sensibilidad espiritual. Leo mucho, sobre todo ensayo y filosofía y, sin embargo, apenas leo literatura y, desde luego, llevaba años sin leer larga literatura, sobreviviendo gracias a maravillosas pero breves píldoras de poesía. Aun cuando los ensayos y la filosofía son una lectura edificante, sobre todo cuando enfrentas esas obras por sí mismas y no con fines pragmáticos y utilitarios, esa lectura encierra siempre, al menos para mí, el riesgo de acogerla como puro entrenamiento.
El pensamiento bien escrito guarda siempre alguna semejanza con el footing o con el gym. Si estos últimos sirven fundamentalmente para mantener el cuerpo en forma, la filosofía y los ensayos mantienen en forma la memoria, la capacidad de razonar y de relacionar conceptos, ideas, procesos intelectuales y experiencias vitales. Un buen entrenamiento para la inteligencia es siempre un buen entrenamiento para la vida, especialmente, para un profesor universitario.
La literatura, la novela larga, también es siempre entrenamiento, pero no puede ser enfrentada –salvo, tal vez, por los profesionales de la Literatura, si es que eso existe- con esas mismas pretensiones. La buena literatura rompe el corsé de los tiempos y espacios y estructuras de best-seller y no se parece ni al footing ni al gym, sino más bien al baloncesto. Sin duda, jugando al baloncesto mejoras tu condición física, pero si tu preocupación fundamental es mantenerte en forma o lograr un buen físico, no juegas al baloncesto. Sólo juega al baloncesto el que quiere, al margen de otras preocupaciones, jugar al baloncesto. Lo mismo ocurre con quien se enfrenta a una obra literaria de más de 1000 páginas.
Esta semana empecé a reconciliarme con la literatura, con esa que sólo puedes leer por gusto, sin trueques cálculos o cronómetros. ¿Los culpables? Un puñado de grandes amigos y buenos colegas universitarios, reunidos un memorable fin de semana en Jaén. Ellos me hablaron magníficamente de El esnobismo de las golondrinas, de Mauricio Wisenthal. Me sumergí en sus páginas animado por el testimonio de mis amigos y dispuesto a pagar mi deuda con la belleza. Las primeras páginas empezaron a obrar mi rescate.
Mi mujer me dice que no me confíe demasiado, que la inteligencia, la estructura, el contenido y el estilo de este libro son perfectos para rehabilitarme, pero que no encontraré nada semejante a este libro. Tiene razón. Pero si he de rehabilitarme por completo, debo dejar de exigirle algo al próximo libro y debo tomar como criterio, precisamente, la originalidad irreductible de cada obra.