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SIN CONCESIONES

El derecho a ofender

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura4 min
Opinión21-01-2015

He cogido la Constitución española de 1978 y he revisado sus páginas una por una. He encontrado en ella multitud de derechos, como corresponde a una verdadera democracia. Hay democracias a la venezolana o la iraní donde los ciudadanos pueden votar pero donde los derechos fundamentales son pisoteados de manera permanente. En España tenemos a la vez una democracia y un Estado de Derecho con multitud de ventajas reconocidas gracias a la Transición, esa misma que algunos consideran obsoleta y se quieren cargar. Aquí los derechos están tan distinguidos que ocupan el Título Primero de la Carta Magna. Desde el artículo 10 hasta el 55 aparecen publicados derechos como la igualdad plena entre ciudadanos, el derecho a la vida y la integridad moral, la libertad ideológica y de culto, el derecho al honor, el derecho al domicilio inviolable, a la libertad de expresión, el derecho a la manifestación, el derecho a la educación... Una cuarta parte de la Constitución está dedicada exclusivamente a plasmar nuestros derechos y deberes. Sin embargo, pese al exhaustivo repaso, entre todos ellos no he encontrado el derecho a la ofensa.

El derecho a la ofensa debe de ser algo así como el reconocimiento del Estado a que puedas tocar las narices al vecino e incluso darle una patada (moral o verbal) donde más duele. La definición es tremendamente clara para la Real Academia de la Lengua, que equipara la acción de ofender a "humillar o herir el amor propio o la dignidad de alguien, o ponerlo en evidencia con palabras o con hechos". Dicho así da la sensación de que quien ofende está violando el derecho de otro más que ejercer uno propio, sobre todo cuando el primer derecho que aparece en el primer artículo del primer Título de la Constitución es precisamente para proteger "la dignidad de la persona". Por lo tanto, queda claro que el derecho a ofender ni existe ni cabe en la Carta Magna por mucho que se empeñen los liberales y libertarios de toda Europa tras el atentado contra la revista satírica Charlie Hebdo. Más que un derecho, ofender es un contra derecho, una vulneración de los derechos de otra persona y un ataque a alguien semejante.

No hay que ser muy listo para saber distinguir entre el derecho a la libertad de expresión y el falso derecho a ofender, a pesar de que la línea que separa ambos conceptos a veces puede resultar demasiado fina y ambigua. El Papa Francisco lo ha dejado meridianamente claro desde Filipinas: "No puedes jugar con la religión de los demás. No puedes insultar su fe o reírte de ella. En la libertad de expresión hay límites". Es tan evidente que choca que el primer ministro británico, David Cameron, le lleve la contraria convencido de que en un sociedad libre "existe el derecho a causar ofensa a la religión de alguien". Ahí queda la machada, la burrada o como ustedes quieran definir semejante abrupto. La libertad de expresión es un derecho fundamental, claro que sí, pero por delante tiene otros muchos aún más importantes. Si no fuera así... ¿por qué la Policía detiene a ciudadanos que publican insultos o amenazas en las redes sociales? ¿Por qué se está expulsando de los estadios de fútbol a quienes se mofan de algunos jugadores? En ambos casos está demostrado que la libertad de expresión está por debajo de otros derechos básicos.

Por muy malo que sea el falso derecho a ofender, ni la peor de las ofensas justifica un atentado terrorista. Ni la peor de las ofensas debería motivar un crimen. Ni la peor de las ofensas ampara una respuesta violencia. Nada lo ampara y nada lo justifica. Nuestros políticos contraponen la libertad para publicar caricaturas de Mahoma a los asesinatos de París, como si el drama de lo segundo convirtiera lo primero en bondad inmaculada. Ambos hechos son malos, aunque en grados sumamente distintas. Nadie invoca la libertad de expresión cuando asesinan a miles de cristianos en Iraq, en Siria o en Nigeria por manifestar su credo. Tampoco he visto manifestaciones de solidaridad con los feligreses de las iglesias que están quemando en Níger. Ni siquiera he escuchado una condena por un ataque similar en España, contra a una iglesia en Jerez de la Frontera y contra un agente policial. ¿Dónde están ahora los promotores del Je sui Charlie? ¿Dónde? ¿Dónde?

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito