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IMPRESIONES

Un oficio para escuchar al mundo

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión21-04-2014

«La tierra nos enseña cómo somos mejor que cualquier libro, porque ella se nos resiste. El hombre se descubre al enfrentarse a las dificultades y, para ello, necesita una herramienta» y una responsabilidad. Así expone Antoine de Saint-Exupéry su filosofía de vida en la primera página de Tierra de los hombres, una novela, un libro de viajes, una meditación sobre el reto de llegar a ser hombre. El mundo, ciego para quien no tiene objetivos, revela sus secretos y tesoros universales a quien se enfrenta a él con respeto y con una misión noble. El campesino, el encuadernador, el pastor, el aviador, el explorador, el astrónomo… el amante, el padre, el hijo… todos los nobles oficios y vocaciones, aparentemente sencillos o complejos, antiguos o modernos, son oportunidades para escuchar al mundo y penetrar en sus misterios. Cuando tu vida depende del clima, aprendes a leer los humores del cielo. Cuando tu sustento depende de la madera, adivinas el escondrijo de una veta única y anticipas la aparición de un nudo imposible. Entonces cuidas el acero y el arado, los hierros y las lentes, los guantes y el telar. El mundo y tus instrumentos se transfiguran en hogar, afrontas el destino y mides tu grandeza. Saint-Exupéry se siente en la obligación de corregir el relato publicado sobre su amigo y colega Guillaumet, piloto nocturno, superviviente de un accidente aéreo en los Andes. La prensa le presentó como un héroe que se rió de la muerte y las dificultades y eso, a Saint-Exupéry, le pareció ofensivo. Guillaumet no necesitaba ridiculizar a su enemigo para enfrentarse a él. Al contrario: reconocía la grandeza de la dificultad, la medía y sólo entonces se enfrentaba a ella. Guillaumet leía los secretos del viento, escuchaba a su conciencia, meditaba en las personas que confiaban en él y se enfrentaba a la tribulación. Guillaumet no era un Patroclo inconsciente, ni un orgulloso Aquiles, sino un Héctor responsable. Cuando encontraron a Guillaumet, cinco días después de su accidente en el invierno de los Andes, logró articular esta primera frase inteligible: «Lo que yo he hecho, os lo juro, no lo habría podido hacer ningún animal». El animal es fuerte e inconsciente. El animal sobrevive al frío y al hambre. El animal tiene instinto de supervivencia. La grandeza de Guillaumet no fue su fuerza, su inconsciencia, su instinto de supervivencia. La grandeza de Guillaumet fue tener un oficio y ser responsable. Recordar a su mujer, sus camaradas, a los beneficiarios de su oficio y no querer defraudarles. Así supo escuchar al mundo y medirse con su propia grandeza.

Fotografía de Álvaro Abellán

$red

Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach