ANÁLISIS DE SOCIEDAD
Echar las redes
Por Almudena Hernández
2 min
Sociedad23-04-2014
Roma es un gran altar. Estos días no cabrá un alfiler sobre sus adoquines. Apenas habrá hueco entre tanto monumento de aquella vieja y gloriosa capital del imperio desde donde tanto se persiguió a los seguidores de un carpintero nazareno. Incluso, el preferido Pedro, el pescador tosco que renegó de su maestro, fue muerto en la gran urbe del todopoderoso poder de los emperadores. Desde entonces, las civilizaciones fueron pasando y Roma presenció muchos de los capítulos de la historia. También lo hará, seguramente, este 27 de abril de 2014, un día señalado en el calendario católico, festividad de la Divina Misericordia, instaurada por el Papa Juan Pablo II, porque estaba convencido de que, efectivamente, Dios es misericordia, puro amor hacia el hombre. El pontífice que vino del otro lado del telón de acero y que hoy también lloraría por Ucrania subirá a los altares como santo. Y no sólo él. Otro Pedro, el bueno y emblemático Juan XXIII, le acompañará. Al margen quedarán los méritos que uno y otro hayan acumulado para este reconocimiento de santidad. Para quienes creen, sólo Dios los sabe. Pero, aunque muchos peregrinen a Roma atraidos por la fe, la curiosidad o una especie de mitomanía, lo que no se puede obviar es el magnetismo que tiene la figura del representante del Dios trino y uno en la Tierra. Hasta Benedicto XVI, a quien se le colgó el sambenito de haber dirigido la Inquisición, se ha convertido en un ejemplo de la humildad y el razocinio humano con su histórica e inesperada renuncia a dirigir el Vaticano. Y ¿qué decir de este Francisco venido desde el fin del mundo que día sí y día también deja a muchos sin palabras con sus hechos? Fijémonos bien. Son cuatro hombres (de Dios) que un día quisieron seguir a un carpintero nazareno siendo, simplemente, sacerdotes. Luego, mucho después, les llegaría el momento de la fumata blanca. Y con ella, en mayor o menor medida, el foco de atención. Ellos lo aprovechan, sin duda. Porque es su obligación luchar contra la tibieza del mundo con la verdad, la vida y el amor. Porque, para creyentes en aquel carpintero que eligió a Pedro, y no sólo ellos, muchos millones de personas, encuentran en la figura del Papa un referente moral, una señal para saber dónde echar las redes. Ojalá que lo hagan para ser pescadores de hombres, desde o de rodillas ante los altares.
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Almudena Hernández
Doctora en Periodismo
Diez años en información social
Las personas, por encima de todo