ANÁLISIS DE LA SEMANA
Vientos
Por Almudena Hernández
2 min
Sociedad24-03-2002
Hubo un lugar mágico en el que los incas resistieron a la conquista española. Corría el siglo XVI. Desaparecieron los hombres, pero dejaron sus huellas en una alta colina de Perú, cerca del maravilloso paraíso del Machu Pichu. Los incas, conocedores de las altas cumbres y de los vientos del misterio que las habitan todavía, estaban hermanados con el suelo que pisaban, del que vivían y con el que convivían. Muchas otras generaciones, otros muchos pueblos lo han hecho. Siglos después, en otro lugar del globo terráqueo, cambia el paisaje. La Antártida ha perdido un bloque de hielo con una superficie similar a la de la isla de Mallorca. Miles de icebergs van a la deriva, al son de los vientos. No ha podido resistir este viejo continente de hielo, donde la vida se arropa para escapar al frío del aire. Mas el viento cambia si el cuerpo se queda frío y la persona no está en la Antártida. La Tierra pide a gritos el trozo de hielo que le han arrancado -gritos habrá, tiempo al tiempo- mientras una mujer gime para que la maten otros y no ser ella quien acabe con su propia vida. El viento aquel de los incas se ha tornado bien frío. En el seno de la Iglesia siempre ha habido remolinos, unas veces magnificados en huracanes, pero pocas veces aireadas al exterior las bondades de la brisa. Una nueva conmoción afecta al catolicismo, de la que el longevo Papa dice estar afectado, siglos después de aquello que puso a cero el calendario, historia para unos, sentido y esperanza para otros... Juan Pablo II resiste a los años. Lástima que sopla el viento turbio en Jerusalén. El aire del odio acaba provocando la muerte en los corazones de los hombres, no precisamente por constipado. Y no hay fármaco que lo cure, ni dentro ni fuera de las farmacias. Los remedios caseros no sirven siempre. Quizás, la única solución que tenga el hombre es esperar a que cambien los vientos. Pero esperar no basta, habrá que comenzar a mover el aire aunque sea con un abanico.
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Almudena Hernández
Doctora en Periodismo
Diez años en información social
Las personas, por encima de todo