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La historia de las piedras

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión14-03-2011

“Las piedras preciosas no sólo tienen quilates y leyendas, también tienen historia”, enseña Gregorio Marañón (Rapsodia de las esmeraldas). Y no sólo las piedras preciosas. Todas las piedras tienen historia, aunque el insigne doctor sólo se ocupó de las preciosas, de las muy preciosas. Y murió al poco de advertirnos del peligro de dejarnos atrapar no por la historia, sino por la posesión de las más hermosas de todas: las esmeraldas de Zobeida. Las piedras estaban aquí antes de que llegáramos nosotros. Pero no son orgullosas. Y su magia -incluso su magina negra- no es culpa de ellas. Lo que ocurre es que no sabemos escucharlas. Si las preguntas, y esperas el tiempo suficiente, te dirán que nos estaban esperando. “¿Para qué?”, inquirí, curioso, más de una vez. Pero, como son muy tímidas, ante un examen tan directo, enmudecen. Estudiar su historia nos revela muchas cosas. En primer lugar, están vivas. No, no sólo porque digo que nos hablan, tal vez son otros quienes hablan en ellas. Digo que están vivas, en el sentido filosófico y biológico de la expresión. Quienes se dedican a estudiar las fronteras de la vida saben perfectamente distinguir entre piedras, plantas, animales y personas. Pero el dinamismo de eso que llamamos vida (empezar a ser lo que se es, desarrollarse, reproducirse y dejar de ser lo que se es) parece encontrarse también entre las piedras. ¿Tienen un dinamismo interior, automotor? ¿Es muy distinto al de las plantas? Se preguntan quienes viven de tratar de responder a estas cosas. Las llamamos “inertes” porque son pacientes. No tienen prisa. Parece que todo les da igual, pero no es cierto. Ríen y lloran. Alguna vez nacieron, hibernan durante siglos, y siempre cambian. Algunas de ellas, como el cuarzo y los diamantes, después de millones de años de presión, oscuridad, altas temperaturas y silencio, cristalizan. Algunas de ellas mutan con sólo escuchar nuestras palabras. En segundo lugar, son abiertas, capaces de asimilar a otras y de transformarse. Cuando el cuarzo se llena de lo que los científicos puristas llaman “impurezas”, se transforma en citrino, jacinto de Compostela, amatista o en muchas otras. Cuando recibe mucho calor, brilla con luz propia. Superman supo hacerse un hogar de cuarzo, y no dudó en presionar y calentar carbono con sus superpoderes hasta poder regalar una joya a su amada. Otros han seguido su camino, pero hasta los joyeros distinguen a los naturales de los fabricados. Y la historia que unos y otros cuentan, es muy distinta. En tercer lugar, son muy observadoras y tienen buena memoria. No ven a mucha distancia, pero atienden sin descanso a todo lo que tienen cerca. No registran todo, sólo lo que su memoria selecciona y guarda orgánicamente, sin esfuerzos artificiales, sin pretensiones inútiles. Conservan sólo lo esencial, nada más, nada menos. Por eso no son eruditas (como tantas tortugas antipáticas), sino sabias. No por listas. No por rápidas. Ni siquiera por quedarse junto con los que saben (¡no eligen de quién rodearse!).Son sabias porque observan, escuchan, conservan lo esencial y lo ordenan como dicta la propia naturaleza. Muchas veces les he preguntado por qué no toman la iniciativa. Un eco me devuelven, creo que entre risas: “aquella que desecharon los arquitectos”. Hablan de una piedra muy antigua, anterior a todas las otras piedras. Pero es también un eco con tintes melancólicos y cierta, mal disimulada, urgencia. A veces tengo la impresión de que quieren hablarnos más alto, y más claro. A veces tengo la impresión de que quieren resucitar entre nosotros, no como las joyas de Zobeida, sino como otras hermanas suyas que, unas sobre otras, crean hogares y templos, espacios de encuentro entre el cielo y la tierra, los dioses y los hombres, los cuatro elementos naturales y un sinnúmero de realidades espirituales. Si escucháramos mejor las historias que custodian las piedras, menos hombres habrían muerto por un puñado de ellas, y muchos más las habrían custodiado y pulido para edificar ese lugar donde la vida se ensancha.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach