ANÁLISIS DE LA SEMANA
La limosna de Bush
Por Raquel González3 min
Economía24-03-2002
Una mañana cualquiera, el presidente de Estados Unidos (EE.UU.), George W. Bush, se levanta con ganas de arreglar el mundo. En el espejo, contempla su cara satisfecha: él ha declarado la guerra contra el terrorismo internacional. Que tiemblen todos, porque su poder es casi omnipotente. Pero, de repente, el rostro de Bush se ensombrece. Ha caído en la cuenta de que tiene otro enemigo, más invisible y más extendido que el terrorismo: la pobreza. “¿Qué haré –se pregunta Bush- para derrotar a este incómodo problema?”. El cerebro del presidente de la nación más poderosa de la Tierra se pone a trabajar, y he aquí que da con la solución: doblará la limosna que EE.UU. entrega todos los años a los países pobres. Muy contento, Bush se marcha a la Cumbre de Monterrey (México) para explicar su hallazgo a sus compañeros de la Unión Europea (UE) y del resto del mundo. Pero, por el camino, se da cuenta de que no puede derrochar su dinero así como así. Para que los países pobres merezcan que EE.UU. haga esfuerzos por ellos, piensa Bush, deben cumplir una serie de requisitos: que sean democráticos, equitativos, sociales y capitalistas. Casi nada. Porque echar una mano a países que no se ajusten a este modelo va a ser un desperdicio. Y si no, que se lo pregunten a Argentina. Una vez en la Cumbre de Monterrey, Bush se encuentra con otros presidentes de la UE. A pesar de haberles declarado la guerra arancelaria por las importaciones de acero, y de que éstos piensen contraatacar sancionando una lista de productos norteamericanos, Bush se siente cómodo con ellos, mientras que a Fidel Castro, presidente de Cuba, no le soporta. Uno de los presidentes europeos que más aprecia a Bush es el español, José María Aznar. Para éste, el discurso de Bush en Monterrey fue excelente. Tal vez Aznar se sienta identificado con Bush, puesto que, al igual que él, ha tenido que sacar la cara por algunas empresas de su país. Mientras las acereras estadounidenses son ineficaces en su producción, las eléctricas españolas son ineficientes en su servicio, por lo que el Gobierno español ha tenido que ordenarles compensar económicamente a los consumidores afectados por los cortes de luz. Bush y Aznar se miran con simpatía. Ambos tienen también algún que otro problemilla escondido en el cuarto de atrás. Para Bush, es el caso Enron: la auditora Arthur Andersen ha perdido su credibilidad debido a su implicación en este asunto, por lo que la fusión de su filial estadounidense con KPMG pende de un hilo. Para Aznar, es la inflación: los precios españoles han subido en febrero ocho décimas más que la media de la UE. Al final de la Cumbre de Monterrey, Bush ha terminado relegando sus buenos sentimientos matinales. Hay otros asuntos más urgentes de los que ocuparse que de una pobreza que no le afecta. Asuntos que, sobre todo, son mucho más productivos.