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Turner: tradición y modernidad

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión21-06-2010

Joseph Mallord William Turner desembarca en el Museo del Prado y anclará sus barcos, a pesar de sus embravecidos mares, hasta el 19 de septiembre de 2010. El comisario de la exposición, Javier Barón, ha tenido la inteligencia de relacionar al artista con los maestros que le influyeron y con los coetáneos con quienes navegó. Turner es, sin duda, el primer gran paisajista de la pintura contemporánea y su obra vincula magníficamente modernidad y tradición. Quizá por eso sus cuadros tienen, aun tiempo, atractivo (por lo actual) y sencillez (por fidelidad a la tradición). Actual, por su innovación expresiva; sencillez, porque su idioma no nace como capricho auto-referencial muy propio del artista contemporáneo, sino que bebe de los siglos. Por eso podemos entender su obra sin necesidad de leer tres libros sobre él. Su obra encarna genialmente un par de claves que el intelectual y el artista contemporáneos –y, por ende, el hombre de hoy, en general- suelen olvidar. La primera es una cuestión de memoria e identidad. El hombre postmoderno buscar romper con el pasado, pues cree que es una atadura innecesaria que le impide proyectarse hacia el futuro. Sin embargo, sin historia tampoco hay identidad. Un hombre con amnesia no sabe quién es, y lo mismo le sucede a un pueblo. Y sin saber de dónde venimos ni quiénes somos, no podemos decidir cabalmente hacia dónde vamos. Aun si queremos cambiar de rumbo, debemos, para ello, saber qué rumbo llevábamos. La obra de Turner no nace de la nada, sino que es permanente diálogo con maestros pintores del pasado. La segunda es una cuestión de reconocimiento y superación; de humildad y sana rebeldía. Como enseñaba el maestro medieval Bernardo de Chartres, “somos enanos encaramados a hombros de gigantes; de esta forma vemos más y más lejos que ellos, no porque nuestra vista sea más aguda, sino porque ellos nos sostienen en el aire y nos elevan con toda su altura gigantesca”. Turner supera la tradición porque se sube respetuosamente a sus hombros y, sólo desde ellos, es capaz de ver más que los antiguos y más que sus coetáneos. Tendemos a olvidar que lo que llamamos “tradición” no es la suma de autores pasados de moda que no aportaron nada, sino justo lo contrario: la suma de los autores y obras tan originales que construyeron el futuro y constituyen los fundamentos de nuestro presente. En este empeño de Turner de medir su obra en relación con sus precursores, muchos quisieron ver un talante soberbio: nada más lejos de la realidad. Se pegó a ellos para aprender de ellos. Si uno espera hacer algo valioso, lejos de creerse el principio y el fin de la sabiduría, ha de buscar el contacto cordial y humilde con los genios. A ese contacto con los genios sumó su visión contemplativa, su atrevimiento personal y un personalísimo tratamiento de la luz y del color. Cuentan de él que para pintar su Tormenta de nieve: vapor situado a la entrada de un puerto, pidió a los marineros que le ataran al mástil del barco, y permaneció así cuatro horas, observando, para luego poder ser fiel a lo que había contemplado. Tenemos casi tres meses para disfrutar de su obra en el Prado. Tres meses para contemplar el fruto de un autor genial en el que vibran las almas y obras de muchos otros autores geniales. Tres meses para dejarnos golpear por los vientos, luces y oleajes que se salen de sus cuadros. Tres meses para encontrar un lugar y un momento en que nos dejemos conquistar por el arte y alumbrar, por unos instantes, ese lugar donde la vida se ensancha.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach