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Insultos y ofensas
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión08-02-2010
Un joven samurai, ambicioso y soberbio, quiso desafiar a un viejo y sabio maestro. Al amanecer, acudió a su casa y lo retó. El anciano rechazó el duelo y el joven se puso muy nervioso. Comenzó a insultarle, injuriarle, gritarle… hasta llegó a arrojarle piedras… El veterano hombre de armas, ni se inmutó. Al caer el sol, el joven, cansado, enfadado y derrotado en su pretensión, se alejó maldiciendo. Los siervos del viejo maestro acudieron a su amor y le preguntaron: “¿Por qué has dejado que te insultara, injuriara, gritara y arrojara piedras?”. Respondió: “Si alguien te hace un regalo y lo rechazas, ¿a quién pertenece el presente?”. “A quien quiso hacer el regalo”. “Pues lo mismo ocurre con los insultos, las injurias, los gritos y la violencia”. En Occidente tenemos historias similares. No son leyendas, sino acontecimientos históricos. Por ejemplo: hubo un joven Maestro que, apenas cumplidos los 30, empezó a recibir insultos, injurias, pedradas, latigazos, salivazos… hasta que fue crucificado. A todas esas vejaciones no respondió con indiferencia, sino con amor. Al morir, rezó a Dios y dijo: “Perdónales, porque no saben lo que hacen”. No dejó que el odio y la soberbia rebotara sobre aquellos que se la arrojaron, sino que les dio la oportunidad de librarse de todas sus cargas, pesadillas, pensamientos y obras malas y equivocadas. Hay muchas formas de liderazgo. Algunas, como la del joven samurai, tienen que ver con el poder sobre los otros. Otras, como la del viejo samurai, tienen que ver con el poder sobre uno mismo. La más completa, como la del joven Maestro, no tiene que ver con el poder, sino con el amor. La primera forma de liderazgo edifica un mundo de terror. La segunda forma de liderazgo edifica un mundo de indiferencia. Sólo la tercera inaugura un mundo habitable para los hombres. Un lugar en el que merece la pena vivir. Un lugar que nos hace mejores y más grandes que nosotros mismos. Un lugar donde la vida se ensancha.