¿TÚ TAMBIÉN?
Una abuelita en la cárcel
Por Álvaro Abellán
3 min
Opinión01-02-2010
El debate sobre el aborto siempre es complejo y, gracias a Dios, pensemos lo que pensemos, es un tema que nos hace hervir la sangre. No obstante, como en todos los temas de fondo, la verdad es muy sencilla. Lo difícil es aceptarla. La batalla está en el corazón, no en la cabeza. De ahí que normalmente un bando se arme de razones mientras que el otro invente falsedades que nos pongan los pelos de punta. La verdad sencilla, en este caso, es que el óvulo fecundado es ya un ser humano único e irrepetible, distinto de la madre, y que si no asumimos que es digno ya en ese preciso momento, las razones de su dignidad serán siempre arbitrarias y caprichosas. Las sinrazones para estar a favor del aborto son muchas. Una de las más estúpidas es que los pro-vida criminalizan a las mujeres que abortan y que querrían que éstas fueran a la cárcel. Lo cierto es que no nos consta una sola legislación en la historia en que el aborto estuviera penado con prisión para las madres. Cuando el aborto era ilegal, la pena la cumplía el médico, no la madre. Ahora que está despenalizado, la totalidad de las organizaciones pro-vida se desviven por asesorar, orientar y acompañar a las madres, decidan abortar o no. Lo que nadie había explicado hasta ahora es que sí hay personas encarceladas por defender la vida. Es el caso de Linda Gibbons, una ancianita de metro y medio encarcelada por manifestarse a favor de la vida. Suele apostarse en la puerta de clínicas abortistas con letreros con leyendas como: “¿Por qué, mamá? Si tengo mucho amor que dar”. La policía la ha detenido en tantas ocasiones que ha acumulado en la cárcel un total de 75 meses, entre estancias de 24 horas y otras de hasta seis meses. Las paradojas legales hacen que quien defiende la vida pacíficamente, “molestando” con sus carteles y miradas a quienes deciden abortar y a quienes ganan su sueldo eliminado vidas humanas, sufra penas de cárcel mayores que la mayoría de los delincuentes que cometen delitos “menores”. Más o menos lo que le ocurrió a Sócrates, condenado a pena de muerte por animar a los jóvenes a pensar por sí mismos. No obstante, Gibbons considera que merecería la pena la pasar toda la vida en la cárcel si con ello salvara una sola vida humana. Un sacrificio muy superior a los que pide a las madres: sencillamente, que tengan su hijo. Y las cuentas le salen, con creces, pues han sido sólo 75 meses, y un buen número de niños le deben la vida; los mismos que madres le han dado las gracias por haberse cruzado en sus vidas. También en la cárcel ha conseguido que otras presas apostaran por seguir adelante con su embarazo. El 7 de marzo, Madrid acogerá una marcha por la vida. El corazón de Gibbons recorrerá las calles madrileñas. Cientos de niños les deben hoy su vida a personas como ella, personas que lideran una de esas extrañas convocatorias públicas que no son contra alguien o algo, sino en nombre de todos. Especialmente, de los más indefensos, de los que no tienen voz. De los que no tienen derechos. Siempre me enorgullece recodar que la salud de un pueblo se mide por su protección a los más indefensos y necesitados; con personas así, construiremos ese mundo donde la vida se ensancha.