Esta web contiene cookies. Al navegar acepta su uso conforme a la legislación vigente Más Información
Sorry, your browser does not support inline SVG

ROJO SOBRE GRIS

Cerca del dintel, escucha

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura3 min
Opinión07-06-2009

En el umbral entre la vida y la otra vida, en ese dintel que llamamos muerte, la contraseña es el amor. Como un detector de metales de aeropuerto, como un escáner de la vida, la muerte pone en peso lo que hemos querido, lo que hemos servido, lo que hemos amado. No importan los resultados, ni cuántas cosas hayamos hecho: sólo importa si amamos. El nombre de mi abuela paterna no nos gustaba cuando éramos pequeñas. Se llama Leonor. Tiene 102 años mi abuela, y lleva 15 días casi sin comer ni beber salvo sorbitos pequeños de agua y cucharaditas de flan. Está en el último paso antes de llegar y cruzar ese dintel. De repente se queda callada un día entero, y de repente no deja de hablar en día y medio. Dice mi madre que casi no se nota que está bajo las sábanas de lo delgadita que se ha quedado. Pero Leonor es mucha Leonor. Es una Orcajo, y eso significa genio y figura. El médico no da crédito. Hoy hace 13 años murió mi abuelo paterno, el marido de Leonor: Silvino. Tampoco nos gustaba aquel nombre ni a mi hermana ni a mí, pero los ojos de mi abuelo eran azules como el mar. Queríamos tenerlos como él. Yo recuerdo mucho a mi abuelo y tengo ganas de volver a encontrarme con él. Era pacífico y también tenía genio. Era honesto y trabajador, y era un hombre sencillo, bueno y valiente. Un día le pregunté a mi abuela Leonor si hablaba con mi abuelo Silvino. Me dijo que sí. Tendrán muchas, muchísimas ganas de verse. Papá, hoy te escribo a ti. Te quiero. Yo me alegro mucho de que la abuela pueda por fin ir al cielo. Dios mirará su corazón ahora con amor total, como tú la quieres pero elevado a infinito. Él ve todo lo que ha amado. Mientras la abuela se apaga por fuera, papá, su alma termina de ensancharse y de abrirse para vivir la vida de verdad. Aunque estés triste, déjate conquistar por esa alegría. Dios aprovecha los últimos pasos hacia ese umbral para que nos abramos más a Él y hacernos regalos especiales. Lo estará haciendo con la abuela, se dé ella cuenta o no. Y lo está haciendo con nosotros. Por eso estás así, papá, “sin palabras y sin ideas” –como me decías esta mañana-: porque estos momentos tan importantes son momentos privilegiados de oración. Lejos de lo que podamos pensar equivocadamente muchos, en la oración es Dios quien habla, es Él quien ora en nosotros y nos transforma para hacernos más de Él, y no al revés. Estás cumpliendo, como dice Álvaro, la primera parte del primer mandamiento: “Escucha, Israel -dice el Señor-”. La muerte, nos decía un sacerdote, es una realidad; un hecho duro, y difícil. No es un temita que abordar en el mundo de las ideas: es existencia y nos va la vida en ello. Por eso mismo, de la respuesta que demos a la pregunta sobre la muerte depende cómo vivimos la vida. Y tú puedes decir, papá, que la muerte es rojo sobre gris, que no hay muerte definitiva, y que por eso puedes disfrutar verdaderamente de la vida. Eso es un regalo, papá. Tú me lo dijiste: la fe es un don. Cerca del dintel, escucha como haces: el que tiene palabras hablará. Rojo sobre gris a los lectores a los que no les gustan las palabras muerte o Dios pero han llegado hasta aquí, con una invitación a preguntarnos todos cómo debemos vivir sabiendo que si una certeza hay en la vida es que todos vamos a morir.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

Buscadora de #cosasbonitasquecambianelmundo