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Europa: una mujer de bandera

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión07-06-2009

Que Europa es una mujer amada por el Dios más poderoso de todos lo sabemos desde los griegos. Que la bandera de la Unión Europea es símbolo de la Inmaculada Concepción, parece haberlo olvidado la propia Unión, a pesar de que hasta la Wikipedia reconoce esta inspiración. Los padres de la Unión, especialmente Robert Schuman, sospechoso de próxima beatificación, se inspiraron en valores cristianos. Ya durante la II Guerra Mundial, intelectuales y mártires alemanes y franceses soñaron con una Europa unida bajo la inspiración de la fraternidad universal propuesta por Jesús y sus discípulos. Los universitarios alemanes de La Rosa banca encarnan ese ejemplo de grandeza, relatado con pasión y sencillez por García Pelegrín (no se pierdan ese libro). El sentido de la bandera, y de la Unión, no era, evidentemente, crear un estado confesional. Pero sí era vincular a todos los hombres de buena voluntad -creyentes de cualquier confesión, agnósticos o ateos- en la edificación de un continente que abanderara los valores encarnados por la Virgen María: limpieza de corazón, amor perfecto, generosidad, entrega, valores familiares, solidaridad universal, etc. Schuman pensaba que el primer paso para la solidaridad entre los pueblos de Europa -y de la solidaridad de Europa con África- pasaba por la unión económica. La propia unión, en sus órganos oficiales, parece haber olvidado todo esto. Los partidos políticos que nos representan en Europa, también. En España, hemos sufrido la peor campaña electoral de nuestra democracia (quizá empatada con la de las anteriores generales), no sólo por las tonterías sin gracia de nuestra mediocre clase política, sino por la falta de ideas, de sentido, de fondo. Sólo Mayor Oreja ha dicho algo al respecto, pero, precisamente por eso, ha quedado fuera de contexto, como ocurre con el único cuerdo en un manicomio donde hasta los médicos y las enfermeras están locos. La mediocridad de la clase política está pareja a la de la mayoría de los ciudadanos y a la de los medios de comunicación, que ya son, efectivamente, sólo medios, correas de transmisión de los partidos y mirada autocomplaciente de ciudadanos acríticos y encantados de su ignorancia. Nos hemos pasado la campaña como niños pequeños y egoístas pensando qué podemos chupar de Europa. Y donde todos quieren chupar, y ninguno arrimar el hombro, la convivencia es imposible. Lo prueba que en los momentos difíciles que vivimos no hay país que cumpla las propias directrices de la Unión. Pero cuando Francia y Alemania plantearon la Unión, no pensaron qué beneficios podrían sacar de aquello, sino qué podían aportar ellos a Europa, y qué podía aportar Europa al mundo. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, que se presenta como universal, pero que sólo pudo nacer bajo la inspiración de valores europeos y cristianos -intenten buscar cualquier otro precedente en una cultura no contaminada por dichos valores-, es una de esas grandes aportaciones. “Pero esa declaración no sirve para nada, porque no puede imponerse”, dirán algunos. Efectivamente, el bien no se impone, se propone y, para ser eficaz, hay que proponerlo con el ejemplo. Una Europa capaz de pensar en grande, capaz de luchar por ideales como la fraternidad universal, la solidaridad entre los pueblos, la honestidad de un corazón inmaculado, la dignidad de la persona, etc., una Europa así sería amada por el más poderoso de los dioses, y podría ofrecer al mundo ese lugar donde la vida se ensancha.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach