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ANÁLISIS DE ESPAÑA

Jaque al Rey

Fotografía

Por Alejandro RequeijoTiempo de lectura3 min
España31-05-2009

Hay muchas formas de pasar a la Historia. Está esa que te lleva a las enciclopedias y luego esa otra que habla de historias (injustamente con minúscula) anónimas. Experiencias personales que quizá sólo marquen a un puñado de personas. Puede que a menos. Y sin embargo las dos son igual de válidas. Luego es la posteridad la que decide en cuál de sus dos caras te sitúa; la noble o la oscura. Pero aquí ya entran en juego infinitos factores, algunos de los cuales no dependen de uno. En cierto modo, todo el mundo debería estar obligado a aspirar a pasar a la cara justa de la Historia. El problema es cuando eso, pasar a la Historia sin más, se convierte en la forma de hacerlo. En ese círculo vicioso se encuentra desde hace años el juez Garzón. El ajetreo de sus dos últimas décadas de trayectoria lo podría firmar el mismo Homer Simpson. Garzón ha investigado los GAL. Entre medias fue candidato del PSOE en unas elecciones generales. Ha perseguido a Pinochet. Ha escrito libros, algunos sobre él mismo. Le han dedicados otros muchos, algunos no muy amistosos. Hizo suya la Justicia Universal. Sonó para el Nobel de la Paz. Ha esquivado tantas querellas como enemigos. Acumula instrucciones sobre terrorismo islamista. Luego los tribunales han dicho que eran una chapuza. El ácido bórico. Las conferencias sobre todo tipo de asuntos. Los múltiples viajes, algunos a todo lujo. El chivatazo. La operación Gürtel y los crímenes de Franco. En relación a ETA, ha sido el azote en muchas ocasiones. Pero también pasó por el aro de adaptar la Justicia a los tiempos políticos. Por sus autos durante la tregua lo conoceréis. Aun con todo esto quedarán muchas cosas en el tintero. Pero es suficiente. En la carrera de Garzón hay demasiados vaivenes, demasiadas incoherencias, demasiadas rectificaciones como para deducir en su actuar algún objetivo noble más allá de su propio interés personal. Por mucho que, en el fondo, algunas decisiones tuviesen un objetivo noble y necesario como era el de la reparación de las víctimas del franquismo. Lo peor que les pudo pasar es que Garzón se cruzase en su camino. Es verdad que otro quizá no se hubiese atrevido. Pero no es menos cierto que nada ha cambiado para ellos seis meses después de que el juez dejara la causa en favor de los juzgados territoriales. Los muertos siguen en las cunetas. Pero la gente no habla de eso, sino de Garzón, quien a lo largo de todo este tiempo se ha fabricado a si mismo un personaje que parece creer estar por encima de los autos y las providencias. Acentuando si cabe más ese halo de intocable inherente en los jueces. Pero siempre hay un pez más grande. Ahora el Tribunal Supremo ha admitido una querella contra él por tomar decisiones a sabiendas de que no debía hacerlo. Esto podría apartarle de sus funciones. Garzón sabía lo que hacía. Pero cualquiera que se asome un poco a la realidad de la Justicia -y en concreto a la de la Audiencia Nacional- sabe que no es el único caso cuando menos sospechoso. La conclusión, por tanto es que el problema quizá no sea Franco, ni la Ley, sino el propio Garzón. Son muchos los enemigos acumulados después de tantos años. Más que posible que alguno de ellos esté entre los firmantes de la admisión a trámite de su querella. Y en España vale mucho más eso, las cuentas pendientes, los amiguismos y las enemistades que la propia Ley. De eso sabe mucho el propio Garzón al que ahora pagan con la misma moneda.

Fotografía de Alejandro Requeijo

Alejandro Requeijo

Licenciado en Periodismo

Escribo en LaSemana.es desde 2003

Redactor de El Español

Especialista en Seguridad y Terrorismo

He trabajado en Europa Press, EFE y Somos Radio