¿TÚ TAMBIÉN?
Un mundo sin ZP
Por Álvaro Abellán
4 min
Opinión31-05-2009
Érase una vez un país de cuyo nombre no quiero acordarme que decidió el futuro de su política nacional allá por marzo de 2004, en plena convulsión pública tras el atentado del 11-M. Algunos pensamos entonces que no era momento para unas elecciones, pero el conjunto de la sociedad representada por nuestros políticos decidió tenerlas. Una decisión equivocada suele conllevar consecuencias equivocadas. Pero una vez tomada esa decisión, en la lógica estrictamente democrática, cualquier resultado electoral debía calificarse de legítimo. Así lo entendí y lo publiqué, di la enhorabuena al nuevo presidente y confié en sus palabras: precisamente por el contexto de su victoria, iba a gobernar para todos, con diálogo y talante sincero. Poco duró la ilusión. Son incontables las personas que pasamos cuatro años denunciando un liderazgo que nunca supe si era fruto de la mediocridad y la incompetencia, o más bien de la mezquindad humana, fruto de una pretendida superioridad moral y de un afán por la perpetuación en el poder. Denuncié el gasto público y los esfuerzos humanos invertidos en desarrollar supuestos derechos cuyas consecuencias sólo podían debilitar el desarrollo integral de las personas, de las familias y del conjunto de la sociedad: reforma educativa, divorcio esprés, matrimonio gay, y otras campañas de supuesta concienciación que sólo alimentaban la irresponsabilidad y debilidad moral de nuestros jóvenes al tiempo que hacían crecer la imagen de un estado paternalista y protector. Mimar a los hijos sólo puede debilitarlos… y hacer más fuertes, influyentes y poderosos a los padres. Por eso clamábamos por una educación mejor, por una juventud más fuerte y responsable, por ayudas a las familias y a la natalidad, por políticas que fortaleciesen el entramado empresarial y movilizaran la economía del ladrillo a otras formas de creatividad y valor económico y social. Además, supimos que el presidente del Gobierno mintió al Gobierno cuando estuvo en la oposición sobre su postura sobre el terrorismo, y luego le escuchamos justificar su mentira y sostener que volvería hacerlo. Supimos que en su forma de entender el diálogo no tenían importancia ni la verdad ni el engaño, y tampoco la posibilidad de escuchar a millones de ciudadanos, que con manifestaciones y firmas, le pedimos que rectificara varias de sus políticas. Cuando la cabeza de un país está corrupta, todo el país empieza pronto a apestar. Ese es el sentido del “Algo huele a podrido en Dinamarca” que pronuncia Hamlet cuando descubre que su rey y tío es un traidor. Supimos también que Zapatero no aprendió de sus errores, pues negaba la evidencia de la crisis económica. Negar la evidencia también tiene consecuencias. En lugar de fomentar políticas que fortalecieran el entramado empresarial se dedicó a jugar a las fusiones patrióticas y a incrementar el gasto público en políticas de vivienda e igualdad y prometió el pleno empleo. Hoy, cuando la crisis es innegable y se agrava, dice ver brotes verdes de superación. Hoy, el problema no es comprar una vivienda, sino no perderla. Hoy, la igualdad se ocupa del aborto, agravando la situación del más desigual e indefenso. Hoy (sólo en estas 24 horas, querido lector), seguimos debilitando el entramado empresarial y perdemos cuatrocientas empresas y 3.000 empleos. Hoy las familias, la educación y los jóvenes, los tres valores fundamentales para salir de cualquier crisis, están mucho más debilitados e incapacitados que hace seis años, como ya advertimos muchos. Hoy no tenemos armas para salir de la crisis. Pero es que hoy es tarde para hablar, querido lector, y ya no podemos hacer mucho más. Podemos llorar por las consecuencias sociales de haber sufrido el gobierno más mediocre o desalmado de nuestra democracia. Pero eso no es muy eficaz. Podemos rezar, pues apenas cabe esperar un milagro. Y podemos llamar a la rebelión civil, aunque no estoy seguro de que eso sea muy sensato. Sea como fuere, sin necesidad de invocarla, aparece. Aparecen los impagos, aumenta la delincuencia, crece la desconfianza en las instituciones, y quienes no tienen ingresos, ni trabajo, ni formación, ni familia, ni casa, sólo puden violar la ley o acudir a la beneficencia, a las parroquias, a Cáritas y a las demás instituciones de la Iglesia cuya financiación también se ha encargado de recortar este Gobierno de iluminados. Siempre, querido lector, hay un lugar donde la vida se ensancha, pero tendremos que buscarlo y edificarlo no sólo al margen de nuestro gobierno, sino defendiéndolo y protegiéndolo de él.