¿TÚ TAMBIÉN?
Don Mario
Por Álvaro Abellán
3 min
Opinión24-05-2009
“Voy a cerrar los ojos en voz baja. Voy a meterme a tientas en el sueño. En este instante el odio no trabaja para la muerte, que es su pobre dueño”, escribió, una vez, don Mario Benedetti. Es quizá su poema más trágico, más duro, aquel en el que reconoce con crudeza que la vida, cuando estamos verdaderamente despiertos, no tiene sentido. Por eso él prefería soñar e, incluso cuando hablaba en serio, no lo hacía por mucho tiempo. A pesar del miedo que reconocía en este poema y que esperaba olvidar durante su sueño, terminaba pidiéndonos: “No me lo digan cuando me despierte”. Nos venden sus obituarios que fue un poeta comprometido políticamente. Es verdad, y pagó el precio. Dicen que fue un gran poeta, depurado en un estilo muy personal, y si ambas cosas son verdad, sin duda lo segundo lo es más que lo primero. Dicen que fue un poeta del amor, y con seguridad el amor era, para él, el asunto más serio. En otro de sus poemas, llamado Interview, simula responder a una entrevista en la que dice no creer ni en el infinito, ni en la política ni en el estilo. Cuando le preguntan por el amor no puede dudar: “El amor es una cosa seria”. Inmediatamente, añade: “por favor, esto último no vaya a publicarlo”. Incluso en el amor, Benedetti era un hombre apocado, suavemente irónico, temeroso de sus limitaciones y capaz de valorar lo más sencillo (¡que grande aquel poema a La Octava en un concurso de belleza, qué genial aquel Los formales y el frío). Don Mario huía siempre de pretensiones demasiado románticas llamadas, son toda probabilidad, al fracaso. “Compañera / usted sabe / puede contar conmigo / no hasta dos o hasta diez / sino contar conmigo”, proponía tímidamente, sin esperar a que su amor fuera correspondido. Pero lo fue. Luz, su compañera, pasó con él desde que se conocieron hasta el final de su vida. No me consta que dedicara a Luz, expresamente, uno solo de sus poemas. Pero le dedicó toda su obra, en la primera página de sus Inventarios: “A Luz, como siempre”. Varios amigos llevan días dándome el pésame, pues saben que yo apreciaba mucho los versos de Benedetti y me han escuchado declamarlos siempre que la ocasión ha sido propicia. Una de sus preocupaciones, ante las injusticias que vivió, es que el mal fuera olvidado. “El olvido está lleno de memoria”, escribió a menudo. “Y la verdad será, al final, que no hay olvido”, sostuvo en una de sus raras afirmaciones categóricas. Tampoco habrá olvido de lo bueno que viviste, don Mario, mientras alguien haga suya tu voz y extienda el eco de tus, más que poemas, reflexiones. No habrá olvido aquí, ni habrá olvido allí, pues ya San Agustín dijo que el Padre es la memoria del ser. Uno de tus poemas me sorprendió especialmente: Irse. En él le dices a una mujer lo que Dios le reveló al hombre en la Parábola del hijo pródigo: “Cada vez que te vayas de vos misma, no olvides que te espero en tres o cuatro puntos cardinales. Siempre habrá un sitio, dondequiera, con un montón de bienvenidas. Todas te reconocen desde lejos y aprontan una fiesta, tan discreta, sin cantos, sin fulgor, sin tamboriles, que sólo vos sabrás que es para vos”. Ahora que tus ojos se han cerrado por última vez en voz baja, ahora que has descubierto que tu sueño es estar más despierto que en vida, ahora que puedes ver más allá de las injusticias y las limitaciones propias y ajenas… ahora, seguramente, has descubierto la verdad profunda de ese poema, y la voz del Único que puede pronunciarlo convirtiéndolo en verdad eterna: “Volver es otra forma de encontrarse y así sabrás que allí también te espero”. Porque tus poemas siempre fueron un encuentro a medias: encuentro en todo lo herm oso que cantaste; desencuentro por todo lo que no te atreviste a soñar. Por eso, si aquí luchaste por vencer todas las Grietas “que separan la maravilla del hombre de los desmaravilladores”, ahora estás donde todos y todo es maravilla, donde definitivamente puedes gritar, sin ironías ni temores, que la vida se ensancha.