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Canción de Navidad

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura4 min
Opinión14-12-2008

A Charles Dickens le debemos la deliciosa A Christmas Carol (Cuento de Navidad), esa historia invernal sobre los fantasmas del pasado, del presente y del futuro que al aparecerse al hombre más egoísta e infeliz y ayudarle a descubrir el lado secreto de su corazón, le transforman en el hombre más generoso y alegre. Tal fortuna hizo su libro, que casi toda serie de televisión anglosajona que se precie ha homenajeado este cuento en sus episodios navideños, repitiendo la historia con alguno de sus protagonistas más huraños. Pero, como sostiene el genial Chesterton en su prólogo a este libro: “Antes de preguntarnos qué ha hecho Dickens por la Navidad, conviene considerar lo que la Navidad hizo por Dickens”. Pues Dickens no era precisamente un hombre religioso, ni siquiera un amante de las tradiciones, sino, más bien, todo lo contrario. “No hemos de preguntarle a Dickens qué es la Navidad, porque, pese a todo su calor y a toda su elocuencia, no lo sabe”, insiste Chesterton: “Más bien le debemos preguntar a la Navidad qué es Dickens […] Dickens consagró su genio a la descripción de la felicidad […] y existen tres notas en la Navidad que son también atributos de la felicidad”. Chesterton insiste en que esas notas son: la crisis como ámbito de la felicidad, el invierno como marco para el hogar y la fealdad como condición natural para la alegría. La primera nota: la felicidad como drama o como crisis. Sin duda, la Navidad no es un estado o un tiempo “estable”, programable, donde todo está previsto y todo sale bien. La Navidad es un drama que va de la esperanza incierta a la sorpresa, pasando por el sacrificio y la entrega de sus protagonistas y por una serie de limitaciones rituales u obstáculos que uno quizá no entiende, pero que asume con especial magia: tal día en tal casa con tal comida; tal noche hay que dejar tales cosas preparadas y sólo durante el sueño se hará posible el milagro; ningún regalo puede abrirse mientras falte alguien por levantarse; etc. En realidad, lo que ocurre cada noche del 24 al 25 de diciembre no es muy distinto de lo que ocurre en cada misa del Gallo (en cada misa, a diario) y, sin embargo, los que cuestionan la verdad de la misa y dicen no entenderla, no tienen reparos en asumir como rito esencial e insustituible cualquiera de los antes mencionados; aunque, si se pusieran, tampoco podría n explicar qué verdad profunda late en ellos y es que una religión no es tanto la iglesia a la que uno va, sino el universo en el que uno vive. La segunda nota: la Navidad acontece en invierno, como la felicidad estalla entre los malos momentos. “No nos damos cuenta de lo que tenemos hasta que lo hemos perdido”, dice el refrán popular, y precisamente por eso la Navidad tiene especial sentido en invierno (¡cuánto se pierden quienes la celebran en el hemisferio sur!). La Navidad resulta especialmente acogedora porque se celebra al calor del hogar en el momento menos acogedor del año. Cuando el mundo natural está muerto y frío, los hogares humanos rebosan calor y vida. Quiso Dios nacer una noche de invierno para que el nacimiento del que no tuvo casa para nacer sea celebrado en todas las casas. La tercera nota y quizá más difícil de explicar: la Navidad es alegre porque acoge lo grotesco, lo raro, lo feo… La Navidad no tiene sentido de un hotel de Cinco estrellas, sino en un pueblucho como Belén, entre pastores y ovejas, en un pesebre donde comían los animales y al calor de un buey y una mula. La Navidad es alegre porque uno puede cantar villancicos sin tener voz de ángel o porque una botella de anís y una cuchara ejercen de instrumento musical. Cuando Tolkien narra un lugar para la felicidad no escoge el país de los elfos, tan perfectos y hermosos como serios y tristes, sino el de los hobbits, tan feos y sencillos como alegres y vividores. La Navidad es alegre no porque el regalo sea bueno, sino porque Alguien se nos regala. La Navidad es alegre porque no es para los perfectos, sino para los sencillos. Estas tres características definen en buena medida la obra de Dickens y, aunque él quizá no lo supo, las aprendió en Navidad, y cuando escribió sobre la Navidad, logró su más alta expresión como artista del pueblo. Por eso, querido lector, le invito a que prepare estos días navideños no como un tiempo acotado de vacaciones, sino como un drama entre la espera, el misterio y la sorpresa; no como una oportunidad para el repliegue del alma, sino como una batalla del amor humano que se afirma en los tiempos más oscuros del año; no como una búsqueda de mis días perfectos, sino con la alegría de sabernos amados, y capaces de amarnos, tal y como somos. Aprendamos a vivir allí donde siempre es Navidad, donde la vida se ensancha.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach