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Los descartados

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión19-10-2008

Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, llamó la atención a finales de septiembre sobre la “industria del descarte”, una forma de “esclavitud”, que, lejos de abolirse, se consolida cada vez más en Occidente: “Hablamos de opresores y oprimidos pero no nos basta. Luego añadimos incluidos y excluidos y no nos basta. Hoy tenemos que añadir otro matiz, gráfico y duro, los que caben y los que sobran”, subrayó. Entre los esclavos de esa casta que podríamos denominar “los que sobran” citó a los inmigrantes sin papeles y a los ancianos sometidos a una eutanasia encubierta, pero podríamos citar a muchos otros: los millones de abortados cada año en el mundo; los recientemente descartados que jamás serán portada de periódico porque no serán siquiera bebé-medicamento, al no tener genes compatibles con un hermano enfermo; los ancianos que aguardan en su residencia una visita que nunca llegará; etc. Son los que no caben en nuestra agenda, nuestro presupuesto o nuestro corazón. Seguro que porque no son útiles, pero quizá también porque hacemos lo posible por no oírlos, no verlos, no sentirlos. “No miremos la realidad con un intelecto frío”, decía Bergoglio, “estamos cansados de intelectuales sin talento y de éticos sin bondad: miremos la realidad con corazón de hermanos que saben llorar”, concluyó. Tiene toda la razón. Si viéramos en el otro a un hermano y supiéramos llorar por él, no venceríamos la esclavitud de los descartados. Pero podemos y queremos mirar la realidad sin lágrimas. Podemos y queremos mirar al otro como si no fuera humano. E incluso podemos poner toda nuestra técnica, ciencia y desarrollo para ni siquiera tener que mirar, escuchar o sentir al descartado. Podemos ignorarlo aséptica e higiénicamente. Decía León Felipe en Ganarás la luz: “Mi llanto es mi espada”. Porque el hombre “fuerte” capaz de “tirar para adelante” sin lágrimas a pesar de tanto descartado ya no es un hombre. Y porque el hombre que llora por los descartados gana la primera batalla de la humanidad, que consiste en recordar que somos hermanos y que el mal de uno es el mal de todos. Allí donde los hombres también lloran, y se sienten impotentes, y reconocen que no todo está en sus manos, se abre una puerta a la esperanza, un quicio donde abrazar a todos los hombres, una exigencia de esa justicia amorosa que sabe a eternidad y, en definitiva, un lugar donde a pesar de los pesares o, tal vez, gracias a ellos, la vida se ensancha.

Fotografía de Álvaro Abellán

$red

Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach