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ANÁLISIS DE DEPORTES

Vientos de crisis en el ¬gran circo¬

Fotografía

Por Roberto J. MadrigalTiempo de lectura3 min
Deportes11-05-2008

Con la desaparición de Super Aguri, la Fórmula 1 da un paso más hacia el abismo. En primer lugar, porque la situación del equipo japonés -que surgió en 2005, después de que Honda dejase sin volante a Takuma Sato- revela la enorme dificultad para encontrar patrocinadores. El circo es un negocio para Bernie Ecclestone, que hace y deshace a su antojo con los contratos para celebrar Grandes Premios y se lleva la mayor parte del dinero por los derechos televisivos de la competición. Pero al resto, quitando a los que consiguen victorias y algún retorno, nada. En segundo lugar, porque sin equipos pequeños, la Fórmula 1 traiciona tanto a la historia como a su propio futuro. A la historia, porque el campeonato empezó con la pujanza de marcas como Mercedes y Alfa Romeo, pero se mantuvo durante tres décadas gracias a pequeños constructores que, con el apoyo de algunas fábricas que no se implicaban en la inversión de tener un equipo completo, como fue el caso de Ford, hicieron crecer a la mayor competición del motor. Sin embargo, las apetencias de los fabricantes, como Toyota, han cerrado el paso a los quijotes que, aparte de tratar de llegar lo más lejos posible, han servido como escuela para ingenieros y pilotos. El panorama para el futuro tampoco es alentador. La reforma propuesta por el presidente de la Federación Internacional de Automovilismo (FIA), Max Mosley, para reducir costes y dar la opción a las escuderías de vender chasis y/o motores a otros equipos, no salió adelante. Por ello, Toro Rosso -el equipo que fue de Giancarlo Minardi, comprado como trampolín por su hermano mayor, Red Bull- está en venta y corre el riesgo de desaparecer, si no en 2009, sí en 2010. El siguiente en hacerlo, de no conseguir un avance superlativo, será Force India. Con lo cual, se antoja que la única opción para mantener el número de bólidos en la parrilla será admitir a un tercer coche por escudería. El conflicto de crear una competición paralela a la Fórmula 1, con que hace algunos años amenazó la asociación de constructores (GPMA, por sus siglas en inglés), se quedó en nada. Equipos como Renault, incluso, se desvincularon de ella una vez cumplido su cometido. Incluso en la asociación de pilotos, que preside el español Pedro de la Rosa, tiene divisiones internas en su cometido por avanzar en las propuestas para mejorar la seguridad de los circuitos. Turquía es un caso ejemplar. Que dos perros -uno de los cuales fue atropellado- entraran en la pista dirante la carrera menor, de la GP2, es inaceptable. En agosto, los turistas mantenían una afluencia aceptable. Sin embargo, en mayo, las gradas vacías y la ausencia de celebridades han deslucido la cita, pese al atractivo del circuito para los pilotos. Un circuito, por cierto, cuya dificultad para gestionar llevó a las instituciones a deshacerse de su propiedad y cedérsela al propio Ecclestone. Si en los países emergentes, adonde el capo quiere llevar las carreras, no se puede garantizar durante varios años la estabilidad de los grandes premios, mal vamos. El riesgo que se avecina ya tiene precedente: unos rallies condenados desde hace años al olvido. Con poca o ninguna repercusión, no sorprende que marcas como Citroën, que aún apostaban por el campeonato, sopesen disputar el campeonato alemán de superturismos (DTM) para tener mayor competencia y medirse con marcas poderosas, como Audi, BMW y Mercedes, que hagan relucir más sus éxitos, amén de mejorar su imagen para traducirla en mayores ventas.

Fotografía de Roberto J. Madrigal