¿TÚ TAMBIÉN?
‘Peregrinatio’
Por Álvaro Abellán3 min
Opinión24-02-2008
“Amo más el conocer que el conocimiento”, sostiene Eduardo Chillida en sus Escritos. Quizá el acontecimiento más decisivo en nuestra vida es aquel en el que encontramos una verdad iluminadora, una orientación valiosa para nuestro futuro, una solución a un problema importante. Más, si además de cosas descubrimos personas: un corazón semejante al nuestro, una amistad con la que convenir y discrepar mutuamente y con agrado, o ese compañero de viaje que Dios puso en nuestra vida para acompañarnos -y acompañarle- en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y las penas, todos los días de nuestra vida. Y más: descubrir la fuente de todas las luces, el sentido último de todos los sentidos, la persona que inventó y regaló lo mejor del corazón de todas las otras personas… y que sufrió ella sola los sufrimientos de todas las personas de todos los tiempos, amándonos a todos y cada uno, amándonos hasta el extremo, hasta la muerte, y muerte de cruz. “Amo más el conocer que el conocimiento”, sostiene Eduardo Chillida. Uno puede pensar que, entonces, conviene no saber demasiado, no acumular demasiado, no sea que acabemos de conocer y ya sea, todo, conocimiento. Pero eso es malinterpretar su frase, su vida, su obra. Su afirmación dista unas páginas de esta otra: “La obra es para mí contestación y pregunta”. La “obra” que es “contestación” no es sólo la de arte plástico, sino la de nuestra vida. La “obra” que edifica o destruye nuestra humanidad al “responder” con nuestras acciones conscientes y libres a cada reto, problema, misterio y persona que nos presenta la vida. Una respuesta que siempre, siempre, nos plantea nuevas preguntas. Así, cada descubrimiento nos invita a otros mil. Cada saber -recuerda Sócrates- amplia la conciencia de nuestra ignorancia. Si no lo vivimos así, es que no aprendimos nada. La fuerza de toda obra y respuesta está en la verdad que reflejamos, no en la rotundidad de nuestra convicción. La excesiva seguridad en nuestro discurso resulta sospechosa porque lo propio del hombre es el “ya sí, pero todavía no”. Decía Platón que busca el que habiendo encontrado algo, sabe que le queda mucho por encontrar. Quien no encierra en sí la inquietud de que algo le falta ni es humano ni puede empezar a buscar. Mientras que el “todo se ha cumplido” es propio de dioses. Lo nuestro es encontrar para buscar más. Buscar en las raíces de lo más valioso que encontramos, buscar la fuente de esas raíces y buscar en esa fuente inagotable de esperanza y felicidad. Somos “caminantes” y “se hace camino al andar”. Pero el andar humano no es el de las hormigas, ni el de los elefantes. El caminar exterior es reflejo del interior. Y el interior se recorre descubriendo nuestro corazón -reflejo del alma-, entregándolo a los otros y acogiendo el de los otros. El exterior nos lleva por las piedras, y el interior a nuestra plenitud. Eso es ser “peregrinos en esta tierra”, como descubro cada vez que viajo a Tierra Santa con alumnos y profesores de la Universidad Francisco de Vitoria. Un recuerdo hermoso de un “conocer” ya “conocido”. Y esto que lee, querido lector, es una obra y una respuesta. Y mil preguntas nuevas sobre mí, sobre Dios, sobre mis compañeros de peregrinación y sobre los demás. Mil preguntas de esperanza y felicidad ya algo degustadas y sabidas, pero con mucho por saber y degustar. Y ese mucho ya sabido y todavía ignorado es, sin duda, un “conocer” donde la vida se ensancha.