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ROJO SOBRE GRIS

Ni con algo ni con nadie

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura2 min
Opinión30-09-2007

“Hay que implicarse”, cuenta que les dice a sus hijos. Fue médico durante más de 10 años de su vida. Trataba a enfermos terminales. Y entonces descubrió la clave: que hay que implicarse. Que hay que hacerlo aunque se corran riesgos; que hay que hacerlo aunque cueste; que hay que comprometerse con lo que uno cree. Trabajando con estos enfermos –cuenta- uno se percata de que, al final de la vida, cada uno está solo frente a su conciencia y frente a su creador. Implicarse y comprometerse con lo que uno cree. Suena muy bien y suena bonito, pero el precio puede ser muy alto. La mujer de la que hablamos ha pagado en su pellejo y en el de sus hijos, que duele mucho más. A alguno de ellos le costaba encontrar trabajo pro ser hijo de una mujer valiente que lleva dos escoltas a todas partes escudriñándole las espaldas y los alrededores. Cuando esas grandes hazañas las ve uno encarnadas en alguien real es cuando se las puede creer de verdad, cuando puede convencerse de que es posible vivir así. Y la prueba de que se puede ser feliz a pesar de las dificultades y los obstáculos cuando uno tiene un ideal son esas personas, hechas de la misma pasta que uno, que lo testimonian. Quizás esa felicidad es la prueba de que el ideal es verdadero. También esta semana me contaban otra historia real, la de un empresario rico, muy rico. Aquejado de una grave enfermedad, hubo de ser operado. Sufrió muchos dolores después debido a que la forma de comprobar la eficacia de la operación exigía abstinencia de todo tipo de calmantes y anestesias. Ése hombre, que lo tenía todo, todo, todo, descubrió entonces una de esas verdades que le anclan a uno para siempre: “Yo existo para salvarme. Todo lo que tengo, si no me ayuda a salvarme, no sirve de nada”. “Salvarse” para este hombre no era “salvar su vida”. Se refería a la eternidad. Y es que la vida parece que cobra otro sentido cuando uno descubre la relación entre ésta y la eternidad. Un sacerdote santo nos decía este domingo que al cielo no se llega con nada material. Me ha recordado a mi tía, cuando una noche reflexionaba sobre este tema y se percataba de que cuando muera no se llevará consigo nada de lo material: “ni siquiera la llave de mi casa me llevaré, aquí se quedará todo”. Este sacerdote ha ido aún más lejos: no se llega al cielo con nada material, pero tampoco sólo. Ni con algo ni con nadie. No es posible salvarse sólo. Implicarse es también invitar a otros a implicarse. Se llega con nada y con alguien. Rojo sobre gris a quienes nos insisten en implicarnos. Y nos salvan. Es serio: mucho.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

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