TURQUÍA
El difícil camino hacia la Unión Europea
Por Luis Miguel L. Farraces3 min
Internacional02-09-2007
Está por ver aún como afectará a las negociaciones entre Turquía y la Unión Europea para la plena adhesión de Ankara la investidura como nuevo presidente del islamista moderado Abdulá Gül, y de las suaves pero claras advertencias del Ejército turco en su papel de guardián de los valores laicos. Pese a que ni el islamismo ni la injerencia en política de los militares parecen los mejores avales para llegar a Bruselas, Turquía seguirá llamando a las puertas de una Europa que se dirime entre el "sí" y el "no" a Ankara.
El mapa político europeo actual se encuentra dividido entre el apoyo y el rechazo de la adhesión de Turquía a la UE. El extremo del "no" lo lideran actualmente Francia y Alemania, que con más de dos millones de inmigrantes turcos en sus fronteras teme un éxodo a gran escala desde Anatolia. Para intentar contentar a la clase política turca con una concesión menor, ambos gobiernos han impulsado tratados de preferencia o amistad con Ankara en los últimos tiempos, e incluso el presidente francés, Nicolas Sarkozy, llegó a especular hace unos meses con la creación de una Unión Mediterránea al margen de la UE en la que podría admitirse a Turquía, pero Ankara dejó claro pronto que no se contentaría con ninguna otra fórmula que no sea la integración europea. La base ideológica de la aversión a la entrada de Turquía en Europa va mucho más allá de posibles problemas migratorios. Por un lado, está la cuestión identitaria, firmemente defendida por la rama democristiana, que rechaza que Turquía forme parte de la UE por no compartir ni una tradición política, social, ética, cultural, religiosa e incluso geográfica común con la de los pueblos europeos. Otro de los principales apoyos del "no" se sustenta en que, de formar parte de la Unión, Ankara rompería la balanza del reparto de poder con sus más de 70 millones de habitantes. El hecho de que un país fuese uno de los líderes en las votaciones europeas estando tan sumamente alejado de ser considerado una potencia económica dentro de la UE preocupa a muchos políticos continentales. Además, precisamente esa naturaleza económicamente rezagada de Ankara es otra de las preocupaciones europeas, ya que según estudios recientes la adhesión turca costaría alrededor de 20 millones de euros al año. La renta per cápita del país no supera el 30 por ciento de la media de la Europa de los 25. Otros aspectos importantes para los turcoescépticos son las necesarias reformas del código penal turco, la tortura a presos, el conflicto de Chipre con Grecia, el status del pueblo kurdo, la continua injerencia del Ejército en los asuntos de Estado (con varios pronunciamientos a sus espaldas) y la paradoja de que el único estado laico de mayoría musulmana esté gobernado por un partido islamista. Enfrente está el Gobierno español, y otros tantos, partidario del "sí" a Turquía como no podía ser de otro modo después del mensaje de la Alianza de Civilizaciones del presidente Zapatero. Los motivos para permitir la entrada de Ankara vienen económicamente avalados por lo que supondría para las potencias europeas un nuevo mercado de 70 millones de personas para los productos nacionales de cada estado miembro. Además, ven en Turquía un posible aliado diplomático para Europa con el mundo islámico y un ejemplo a seguir por el resto de naciones menos moderadas religiosamente para que aborden reformas que les acerquen a los Derechos Humanos. Además, la entrada de Turquía en la Unión, con una natalidad infinitamente más alta que la de la media comunitaria, podría significar una solución al envejecimiento de la población continental que puede poner en peligro sistemas sociales básicos. Asimismo, los líderes turcófilos defienden que con Ankara en Europa se asegurarían mejores rutas de suministro energético para toda la Unión.