ANÁLISIS DE ESPAÑA
Una de vampiros
Por Alejandro Requeijo
3 min
España22-04-2007
Conviven entre nosotros. Están en cada esquina, en la calle, en el bar, en la oficina. Incluso en casa. Comparten los mismos espacios que tu. Respiran el mismo aire. Puede que las mismas sábanas. Quizá el que está ahora mismo sentado en el ordenador de al lado sea uno de ellos. No te gires. No le mires. No sirve de nada. Aparentemente son gente normal. Se levantan por las mañanas a la misa hora que tú. Toman el mismo café y se chupan los mismos atascos. A simple vista nada les hace diferentes. No visten de ninguna forma determinada, ni andan distinto, no huelen raro. Nada. Ni una marca en el cuello para identificarlos. Pero detectarlos no es del todo difícil. Basta con preguntarle que le pareció el discurso de Zapatero ayer. O la intervención de Rajoy en tal o cual mitin. Entonces su contagio los delata. Saltarán, se indignarán, soltarán improperios por la boca, insultarán. Usarán exactamente las mismas palabras y los mismos argumentos que cuando te explican como el árbitro les volvió a robar el partido. Son los ultras de la política. Están en todas partes y cada vez son más. Electorado de nuevo cuño cuyo ritual favorito empieza con el informativo. Es el climax. Durante los minutos que dura la información escupen, se revuelven, maldicen. Da igual lo que sea, o lo que se diga. Sólo importan las siglas que aparezcan en el rótulo de turno. Recuerda a ese momento de 1984 en el que todos se volvían locos como lobos cuando aparecía la imagen de Goldstein, el traidor, mientras Winston Smith contemplaba atónito la escena. Y ninguna clase social, ninguna profesión, sexo o religión escapa a esta epidemia. Arrasan con todo cubriéndolo de fanatismo y desnutriéndolo de coherencia, respeto, juicio, independencia. De libertad. Desde medios de comunicación, hasta asociaciones de víctimas, pasando por fundaciones, organismos culturales, estadios de fútbol. Y cada vez son más. Su memoria es corta y selectiva. No les importa condenar algo hoy y alabar lo mismo mañana. Y viceversa. A veces este contraste les trastorna y les juega malas pasadas. Como uno con el que me cruzo todos los días que me defendía la excarcelación De Juana igual que dos minutos después -sin ni siquiera retirase la espuma de la boca- me condenaba las concesiones a etarras. Pero así están las cosas. Cualquier momento es bueno para contagiarte. Un incendio, un desastre natural, una guerra, un atentado, una decisión determinada, una foto, una mentira, un piso… Una vez dentro es difícil salir. Aparecen por donde menos te lo esperas. Y hay distintos grados. Está el que solo a veces siente náuseas y luego los que no se pierden ni una. A los que de vez en cuando les asiste un atisbo de lucidez y los que la perdieron del todo hace tiempo. En definitiva, tontos útiles al servicio de los padres del invento. Los que no quieren gente como Winston Smith. Tampoco que te quedes indiferente. Para sobrevivir, necesitan que uno vea el mundo solo de un color, o solo de otro. Pero al final es el mismo. Su discurso aparentemente es de consenso y de paz, pero en realidad es mentira Así van pasando los días, los meses, la legislatura, hasta que llegue el día del voto que ya no habrá más sangre que sacar. La película habrá acabado, la noche llegará a su fin y ahí quedarán sus ultras, sedientos de sangre, sin saber donde acudir. Como recién despertados de un mal sueño. En fin, querido lector, si a lo largo de estas líneas has sentido algo raro, cuidado, puedes ser uno de ellos.
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Alejandro Requeijo
Licenciado en Periodismo
Escribo en LaSemana.es desde 2003
Redactor de El Español
Especialista en Seguridad y Terrorismo
He trabajado en Europa Press, EFE y Somos Radio