SER UNIVERSITARIO
Alianza de civilizaciones
Por Álvaro Abellán
2 min
Opinión19-11-2006
Regla número uno de la demagogia: miente, especialmente, sobre tu punto débil. Si tu coche es el más pequeño del mercado, habla de “espacio interior”. Si ejercitas un monopolio de muebles estandarizados e idénticos para todo el mundo, habla de la “república independiente de tu casa”. Si piensas gobernar haciendo lo que te da la gana ignorando por completo a quien discrepe de ti, habla de “diálogo” y “talante”. DE “diálogo y talante” nos habla el único gobierno democrático español que ha aprobado leyes sobre Educación, estatutos de autonomía y políticas antiterroristas ignorando a más del 40 por ciento de los votantes, a todas las asociaciones ciudadanas implicadas y a diversos organismos internacionales. Si hablamos hace una semana de las condiciones para el diálogo -aunque nos centramos en ETA-, podríamos repetir lo mismo sobre la Alianza de Civilizaciones, la mayor estupidez en política exterior que ha visto el mundo en los últimos lustros. Después de dos años de trabajo, una comisión de 20 “expertos” ha publicado 30 folios de risa. Aún más surrealistas que las conclusiones de aquel “grupo de sabios” que decidió sobre los papeles de Salamanca, aunque ambas comisiones contaron con un mismo actor -o títere- de primera talla: Federico Mayor Zaragoza, que debe de ser experto en todo… especialmente en producir demagogia al servicio del socialismo. Entre las brillantes conclusiones de estos sabios, que además han declarado que el texto es de consenso -sin unanimidad en todos los puntos- destaquemos algunas perlas. Primera: resulta que el factor del choque entre Oriente y Occidente nace del conflicto palestino-israelí. Es decir, que antes de los años cincuenta, el Islam y Occidente se llevaban de maravilla, y las Cruzadas, la Reconquista, la expansión el imperio otomano y demás anécdotas debieron ser algo así como olimpiadas o torneos amistosos. Segunda: que para evitar ofender a los musulmanes, los políticos y medios de comunicación occidentales deben autocensurarse: es decir, que ahora resulta que para buscar un auténtico diálogo conviene callar, mentir y ocultar las diferencias. Entonces, ¿para qué dialogar? Y tercera: que aún hay que luchar por los derechos de las mujeres en Occidente -sin ninguna mención a la mujer en Oriente, por cierto-. Podríamos seguir así, página a página, estupidez tras estupidez. Gracias a Dios, la mayoría de los países a los que van dirigidas estas propuestas han ignorado, sabiamente, el paripé de ZP. Sólo espero que todo esto no acabe concretándose en un macro-organismo pseudo-internacional lleno de burocracia y sueldos enormes, pagados por los impuestos de todos y aún más inoperante que la ONU. Tanto diálogo y tanto talante para, luego, ignorar la historia, la verdad, las diferencias, las evidencias y hasta a los interlocutores realmente válidos con los que tratar un asunto como este.