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ROJO SOBRE GRIS

OT devorado

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura3 min
Opinión05-11-2006

Sucedió en Estados Unidos. Peter tenía 7 años cuando sus padres le dijeron que iba a tener un hermanito. Se puso muy contento, y desde que supo la noticia procuraba siempre pegarse lo más posible a su madre cuando planchaba, o cuando se sentaba a leer o a ver la televisión. Lo que quería Peter en realidad era estar muy cerca de su hermano para poder cantarle. Le cantaba canciones alegres, canciones que le daban ya la bienvenida al mundo, canciones en las que le decía cuánto le quería, porque Peter quería a su hermano ya aunque no le hubiese visto la cara. Sus propios padres estaban asombrados de aquella relación especial que se había creado entre Peter y su hermano: Peter lo amaba. Lo amaba casi más que ellos. Pasados los meses, a Peter le dijeron que no sería un hermano lo que iba a tener, sino una hermana, y que se llamaría Carmen. Peter se puso aún más contento, y aún quiso más a su hermana, a la que seguía cantándole. Con el tiempo, el embarazo de Karen, que así se llamaba la madre, se complicó. Los médicos le ofrecieron a la pareja la interrupción del embarazo, pues la pequeña podría nacer con gravísimos problemas de salud. Pero Karen y su marido decidieron apostar por la vida de la niña. A los siete meses, el embarazo hizo crisis, y para salvar la vida de Carmen fue necesario practicar una cesárea. Carmen nació sietemesina y muy débil, hasta el punto de entrar en coma. A Peter tuvieron que decirle que su hermana estaba enferma. La ley prohibía que los niños entraran al hospital, y más aún a la unidad de cuidados intensivos, pero Peter insistía en que quería ir a estar con su hermana para poder cantarle canciones. Tanta fue la tenacidad del niño, que Karen intentó introducirlo escondido en un cesto. Los descubrieron, y les impidieron el acceso. Peter, no se daba por vencido: quería irle a cantar a su hermana. Karen decidió enfrentarse a una enfermera: o le dejaban pasar a su hijo para que viera a su hermana en la incubadora, o lo metería por la fuerza. La enfermera accedió. Peter empezó a cantar. En el monitor de control, de repente, volvieron a dar señales las constantes vitales de Carmen. La enfermera no daba crédito, y le gritaba a Peter: "¡Peter¡ ¡Peter! No dejes de cantar". Y Peter siguió cantándole a su hermana, a la que había querido desde el primer día en que supo de su existencia, con un amor especial. A las 24 horas, Carmen era una niña perfectamente sana. “Si el sentido de la felicidad es amar, y si en toda circunstancia se puede amar, siempre se puede ser feliz. ¿Quieres ser feliz? Ama. Ama siempre, y ama en todo lo que hagas. ¿Un canto? Dalo con amor: hace milagros”. Esta semana quería hablar de Operación Triunfo, de lo que pudo ser y ha renunciado a ser. La homilía que he tenido la suerte de escuchar este domingo contenía la clave de por qué se me está indigestando este programa: cantar para amar, o cantar para vender; cantar para ser más humanos, o cantar para ser un producto. Hubo un tiempo en que OT prometía. Sus profesores prometían. El jurado prometía. Aprovechaban las inquietudes de los alumnos para sacar de ellos lo mejor de sí mismos ofreciéndoles ideales que los elevaban y los sacaban de sí mismos. Les daban herramientas no sólo para cantar mejor sino también para vivir mejor. Por desgracia para el mundo, han sido devorados. Rojo sobre gris a quienes no se dejan caer en las falsamente prometedoras fauces de la pusilanimidad y el capitalismo más voraz.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

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