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SIN CONCESIONES

Hombres máquina

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión05-11-2006

La anécdota: un chaval lleva 30 minutos esperando en mitad de la carretera un autobús de la Llorente que le lleve a Madrid. Llega el bus; el chico, que no es habitual de la ruta, pide un pasaje y paga con un billete de 10 €, que el conductor rechaza: “Sólo damos cambio de 5 €”, dice, junto a una caja repleta de monedas para dar cambio. “Pídele cambio a un amigo”, continuó el conductor, “o ve a una cafetería y pide allí cambio”. El chico, que iba solo, miró a un lado y a otro -por si el conductor había detectado a algún amigo invisible o una cafetería cercana- e insistió: “No hay nadie a quien pedir cambio, ni hay cafeterías cerca, además de que eso supone hacerme perder al menos otra hora en la carretera”. “Pues baje del autobús, ese no es mi problema”, concluyó. La reflexión: conductores como aquel no merecen llamarse hombres. Lo son, y, porque no somos como ellos, les reconocemos su dignidad y los respetamos; pero no merecen llamarse hombres, porque carecen de humanidad. Son “hombres-máquina”, como los que denunciaba Charlie Chaplin en El gran dictador, aquella crítica a la sociedad nazi… y a la actual, que se mueve bajo los mismos terribles criterios de funcionalismo: “Me han mandado esto, pues yo lo hago, no sea que me meta en líos”; “Soy conductor de bus de la Llorente, no persona humana capaz de decidir, compadecerme u obrar con libertad”; “En la escuela militar me enseñaron que los judíos son inferiores, ¿voy a discutírselo a mi superior?”. “En la empresa me han dicho que no dé cambio de 10 y no te daré cambio de 10. ¿Qué te pudres aquí esperando? Pues te pudres, no es mi problema”. Si en la cafetería más cercana -a 15 minutos bajo la lluvia, rodeando la carretera embarrada y ya en plena noche- le dicen al chico lo mismo, ¿qué? Tal vez se repetiría -sólo que en la vida real- aquello de Un día de furia: un hombre normal que acaba convertido en terrorista a raíz de que nadie, absolutamente nadie, le trate como un ser humano. La conclusión: la razón por la que es mejor un hombre -frente a una máquina- para conducir un autobús no es la seguridad al volante, la precisión en el cobro, la puntualidad en su quehacer -cosas en las que seguramente gana la máquina-, sino su humanidad y su capacidad de tomar decisiones por sí mismo. Cuando un conductor pierde eso, ¿qué dignidad le queda en su trabajo? Si una persona quiere hacer algo digno con su vida, debe vivir dignamente, lo que empieza por reconocerse a sí mismo como ser humano -no como máquina que cumple órdenes sin preguntarse el sentido de ellas-. Si una sociedad quiere ser una sociedad digna y sana, debe mirar a sus integrantes como seres humanos, libres, dignos, capaces de prometer y perdonar, de trabajar y sonreír, de hablar y de escuchar. Pero el cáncer no son los conductores de autobús -hombres fantásticos, salvo excepciones-, sino los políticos, directores de empresas y responsables de medios de comunicación que nos venden la misma mierda de mundo que vendían los nazis, aunque edulcorado. Un mundo donde los hombres sólo servimos para cumplir funciones y, a veces, ni para eso.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach