CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
Microsoft y las patatas
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión04-11-2001
Sus carcajadas repicaban al viento cual doblones de oro cayendo unos sobre otros. Un año, dos, tres. Carcajada paciente, con esa paciencia que regala la paradoja de tirar dinero y ver el saco cada vez más lleno. Lo importante, -dijo el duende- es dejar siempre, al menos, una moneda en el saco. No extraer todas de golpe. El dinero llama al dinero, del mismo modo que con sólo una patata se puede obtener un huerto de patatas. Con una patata... y con mucha paciencia. Tres años hubo de esperar Bill Gates para espantar la molesta mosca del poder Judicial. Tres años, el tiempo en que la Administración Clinton dejó paso a la Administración Bush, cuya campaña financió astutamente el multimillonario de carcajadas de oro. El poder Judicial no es independiente del político, ni en Afganistán, ni en España ni en Estados Unidos. Tres años de sonoros doblones que dejan a Microsoft con más poder que al principio, con un sistema operativo criticado por atacar la intimidad de los usuarios, con una videoconsola, con un navegador... con un software que mueve millones de datos personales, los de la mayor parte de los ciudadanos del Primer Mundo. Pero no es éste el único caso judicial con el que juguetea Microsoft. Otra decisión -esta estrictamente judicial, el acusado no tenía dinero para apelar a la Casa Blanca- va dejar dos años en la cárcel a un traficante de software de Microsoft. El incauto quería ganar dinero con Gates, pero al margen de Gates. Nada recomendable. Más que por impedir que se llenara más el saco mágico de Microsoft, por salvaguardar la identidad y los datos personales de los usuarios piratas. Tal vez a Gates le gustaría poder entrar en el ordenador de cualquier ciudadano, analizar si tiene registrado su software y borrarle el disco duro si no es así. A eso llaman justicia los gigantes de carcajadas de oro. Algo similar ya han propuesto las discográficas más importantes del mundo. La catarata de doblones felices ahoga el grito humilde del cultivador de patatas. No es que el pez grande se coma al chico; es que lo aplasta sin verlo, sin oírlo, sin quererlo.