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SER UNIVERSITARIO

Educación para la ciudadanía

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura4 min
Opinión23-07-2006

La asignatura de Educación para la ciudadanía ya olía mal mucho antes del primer borrador: bastaba ver quienes eran sus impulsores y qué piensan ellos acerca de la educación, la libertad, la familia, el Estado, etc. Porque, si vamos a la raíz del asunto, veremos, con todas las matizaciones necesarias, que sólo existen dos modelos de educación: el adoctrinamiento y la educación liberal. El adoctrinamiento busca conseguir del alumno un comportamiento previsible, ordenado, sistemático, idéntico para todos, que garantice, por lo tanto, el orden social que el educador considera más conveniente. El adoctrinamiento consiste en decidir qué preguntas son válidas y cuáles no lo son (por estúpidas, absurdas, imposibles o cualquier otro calificativo apropiado). Después, consiste en dar una única, sencilla y sintética respuesta -que invite a la acción- a cada pregunta válida -el resto de respuestas, son tan impertinentes como las preguntas no válidas-. A quien pregunta y responde correctamente, se le aplaude. A quien formula preguntas o respuestas fuera del guión, se le insulta, ridiculiza, margina, etc. La educación liberal busca, sobre todo, que las personas se ordenen libremente y como mejor convenga a la naturaleza de cada una para descubrir y crear el mejor orden social del que sean capaces. La educación liberal consiste, por lo tanto, en fortalecer la libertad del discípulo, formando primero su inteligencia y su voluntad. Ayudándole a que se formule él las preguntas, a que él descubra cuáles son las importantes, y a que aprenda a buscar sus propias respuestas. Evidentemente, una educación que fortalece la libertad garantiza resultados menos previsibles -menos útiles- para las estrechas mentes que quieren construir el paraíso en la tierra moldeando las conciencias de cada persona en función de sus asfixiantes esquemas utópicos. La tesis de fondo es: el Estado es quien sabe qué da la felicidad a los ciudadanos; pero como ellos no lo saben, el Estado debe adoctrinarles para que no puedan obrar de otra manera que como él sabe que han obrar para ser felices. El Estado -y no las familias, ni la religión, ni la naturaleza humana- se convierte así en el responsable de la Educación y en el instaurador de los únicos valores válidos. Hemos visto modelos de adoctrinamiento similares en novelas como 1984 y Un mundo feliz, y en regímenes como el nazi, el fascista, el soviético y el cubano. No sé aún cómo algunos no ven las similitudes de esta asignatura con ellos. Las claves intelectuales que sostienen el bárbaro planteamiento del adoctrinamiento se deslizan gota a gota, pero constantemente, en boca de los padres de la asignatura. Así, Peces Barba se relame con una asignatura que le permitirá al Estado “la formación recta de las conciencias, que es condición de la comprensión sobre el valor de la obediencia al derecho en las sociedades bien ordenadas”. Vamos, que una conciencia bien formada es la que dice amén a todo lo que le ordena el Estado. La libertad, para los adoctrinadores, consiste, en boca del propio Peces Barba: en “hacer lo que las leyes permiten”. Cuando no está de acuerdo con lo que manda el Estado en materia de moral, la respuesta es fácil, nos la da la ministra de Educación, Mercedes Cabrera: “ética pública y la “ética privada” entran en conflicto, debe permanecer la pública. Lo dicho: que los valores no vienen dictados por la conciencia de la persona, ni por la naturaleza humana, sino que los impone el Estado. La asignatura tendría un discutible sentido si informara a los alumnos acerca del ordenamiento jurídico español y de sus responsabilidades como ciudadanos; o, incluso, si explicara las normas básicas de urbanidad y su sentido. Pero no estamos hablando de eso: hablamos de una asignatura en la que se identifica al Estado como el generador de los valores morales y el responsable de la educación de los ciudadanos; a las leyes, como la expresión de lo que está bien y de lo que está mal; a la felicidad, como la incondicional adhesión a las leyes; a la persona, como una pieza más ordenada al funcionamiento de una utopía social. Por todo esto entiendo a las distintas asociaciones de padres y de familias que se planteen la objeción de conciencia con respecto a que sus hijos cursen este tipo de asignaturas, pues supongo que quieren formar a sus hijos en la libertad, y no en el modelo perfecto de un tirano iluminado. Y también entiendo que el Gobierno afirme que no habrá objeción de conciencia en esta materia: pues los adoctrinadores no creen en la conciencia, sólo en la doctrina. La batalla se presenta difícil, y como ocurriera ya con las víctimas en la negociación terrorista, con algún militar respecto del Estatut, con varios jueces respecto de las bodas gays, etc. parece que en otro ámbito llega, de nuevo, la desobediencia civil. Es lo que les ocurre a los dictadores de pacotilla: que por más que adoctrinen son incapaces de anular a su más odiado enemigo: la libertad.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach