SIN CONCESIONES
Creer o no creer
Por Pablo A. Iglesias3 min
Opinión08-07-2006
La vida tiene curiosidades demasiado caprichosas. Cuando el Papa Juan Pablo II visitó por primera vez España, una catástrofe inundó Valencia de agua y de lágrimas. Unas 40 personas murieron al romperse una presa. Ahora, la visita de Benedicto XVI también ha estado precedida de otro drama humano. Un accidente en el metro de la capital levantina dejaba sin vida a 42 personas. Casualidad o no, la estación del siniestro tiene por nombre Jesús. Aunque los laicistas quieren hacernos creer que España no es un país religioso, la estación se llama así en honor a Jesucristo, hijo de Dios para los cristianos. Ya es casualidad que 42 personas mueran en la estación de Jesús en vísperas de la visita del Papa de Roma. Quizá sea el modo que tienen las fuerzas del mal de recibir al sucesor de Cristo sobre la Tierra. Pero seguro que la estación de Jesús se ha convertido en la puerta hacia el cielo para los que allí perdieron la vida. La visita del Papa ha puesto en evidencia las contradicciones de quienes actualmente quieren acabar con la religión en España. Intentan relegar la fe al ámbito de la vida privada pero luego solicitan reuniones públicas con Benedicto XVI. Critican ahora sus alusiones a leyes como el matrimonio homosexual pero le presentaban como un referente moral cuando condenaba la guerra de Iraq. Retiran la clase de religión de las escuelas pero matriculan a sus hijos en colegios católicos. Promueven el laicismo pero encabezan las procesiones en Semana Santa. Zapatero es el primero que se declara ateo y, sin embargo, solicita fotografiarse con el Papa cada vez que visita España. El presidente del Gobierno desprecia a la Iglesia y amenaza con retirarle cualquier subvención del Estado. Olvida que ese dinero no le pertenece a él sino a los millones de fieles católicos que pagan modélicamente sus impuestos. Su memoria en este ámbito es tan frágil que olvida el inigualable servicio público del cristianismo con sus hospitales, orfanatos, colegios, residencias de ancianos y asociaciones caritativas. Quien en pleno siglo XXI se autodefine como un luchador contra la pobreza ignora que ese reto comenzó en Israel hace 2000 años. La primera piedra a favor de los necesitados la puso Jesucristo y hoy prosiguen sus pasos millones de sacerdotes, monjas y misioneros. Hace poco más de un mes estuve precisamente en Israel. Allí descubrí los santos lugares: la Iglesia de la Natividad, el Santo Sepulcro, la casa de Pedro, el Calvario, el hogar de María y el Mar de Galilea. Aquel lago desprende misterio y es capaz de aflorar la fe a un ateo. Si Zapatero viajase allí hallaría pruebas concretas y tangibles de que Jesús existió, fuese o no hijo de Dios. Su rastro permanece en Tierra Santa al cabo de dos milenios. Creer o no creer depende de cada uno. La fe es libre, no es ninguna imposición. En cambio, el laicismo quiere desterrar a la fuerza la religión de las escuelas, de la vida pública e incluso de las iglesias. Los ateos a menudo imponen también la negación de Dios sin entender que no es posible rechazar su existencia sin admitirla de forma implícita. Y mientras las novelas y los políticos tratan de sembrar dudas existenciales a los cristianos para roer paulatinamente sus creencias, centenares de miles de familias dan un ejemplo de civismo y de fe junto al Papa. Aunque el Gobierno prefiera a las minorías vociferantes, las familias verdaderas han demostrado que España es mayoritariamente religiosa. Antes había unanimidad de católicos y ahora hay pluralidad de cristianos, judios, budistas, hindúes y musulmanes. Todos son creyentes porque como afirmó Jesús, el mismo de la estación de metro de Valencia, todos somos hermanos a los ojos de Dios.
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Pablo A. Iglesias
Fundador de LaSemana.es
Doctor en Periodismo
Director de Información y Contenidos en Servimedia
Profesor de Redacción Periodística de la UFV
Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito