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ANÁLISIS DE ESPAÑA

18-J, un bonito día de playa

Fotografía

Por Alejandro RequeijoTiempo de lectura4 min
España18-06-2006

“Me comprometo a aceptar cualquier reforma estatuaria que salga aprobada por una mayoría del Parlamento catalán”. De este modo, con esta promesa bomba lanzada a la desesperada por un Rodríguez Zapatero todavía en la oposición, comenzó uno de los capítulos más intensos de la historia democrática española: El Estatut. Han pasado más de dos años desde aquel órdago a la grande que se marcó el ahora presidente del Gobierno. A lo largo de todo este tiempo, la famosa reforma estatuaria ha sido la culpable de infinidad de negociaciones, públicas pero sobre todo privadas que son las que de verdad cuentan. Junto al alto el fuego de ETA, el Estatut ha ocasionado la ruptura total entre los dos principales partidos políticos. En torno a su gestación se han producido encuentros, desencuentros, alianzas, cambios de pareja, crisis de Gobierno, fotos para el recuerdo que valen una Generalitat. Ha abierto el camino para otras reformas del mismo corte. A algunos les ha costado su carrera política y otros han forjado su leyenda de negociadores implacables ganándose con ello una cartera ministerial. Pero lo que es más importante, el Estatut se ha hecho un hueco en multitud de familias españolas. No sólo en las catalanas sino también, y sobre todo, en las no catalanas. Se ha ganado un plato en la mesa, se ha colado en más de una conversación de cafetería, ha sido la culpable de más de una y más de dos discusiones acaloradas. Se dice que en España hay cuarenta millones de médicos y cuarenta millones de entrenadores de fútbol. Ahora, a partir del Estatut, hay que contar también con cuarenta millones de expertos constitucionalistas. Durante estos dos años, esa reforma estatuaria a la que hemos visto nacer y crecer ha formado parte de nuestras vidas, día sí y día también. El 18 de junio estaba señalado como la fecha en la que el Estatut estaba llamado a hacerse mayor. El día en el que el pueblo catalán acogería su tan ansiada reforma con los brazos abiertos. La demanda popular vería por fin saciados sus deseos de un nuevo estatuto. No obstante, después de tanto escándalo, tanta discusión, tanto debate… ¡Gatillazo!. La mitad del electorado catalán prefiere quedarse en la playa, que sacudirse la arena e irse a votar. Y eso que no jugaba el Barça. Esta circunstancia hace que uno vuelva inevitablemente la vista a atrás y recuerde con asombro frases como: “Madrid no podrá recortar este estatuto, viene avalado por el 90 por ciento del Parlamento catalán “. “Representa la voluntad de todos los catalanes”, decían sacando pecho Maragall, Mas, Carod y compañía. Que cosas esto de la democracia oyes. Hay algo que no cuadra. ¿Donde está ahora ese 90 por ciento?, ¿Era realmente el Estatuto una cuestión de voluntad popular?. Analizando la corta trayectoria del texto, uno se da cuenta de que el Estatut es la historia de una invención política en la que la voluntad popular nunca tuvo nada que ver. Aquel 90 por ciento, es decir, esa preocupación con tintes de obsesión por la supuesta demanda de los catalanes duró exactamente hasta que Esquerra vio que los méritos se los iba a llevar otro. Entonces la formación independentista cambió su postura. De fanático defensor a una abstención en el Senado. Asombra a la par que asusta la capacidad que tienen los republicanos de percibir el sentir general de sus paisanos sin ninguna consulta formal de por medio. Pero la cosa no acaba ahí. A la hora del referéndum, ERC pasó de la abstención al no (de nuevo fanático). La representación en la Cámara autonómica no varió en todo ese tiempo, sin embargo el apoyo del Parlamento catalán ya no era del 90 por ciento sino mucho menor. ¿Cómo puede ser esto?. Durante ese periodo en Cataluña no hubo lecciones, ni cambio de gobierno ni nada que indicase un cambio en la mentalidad catalana Sin embargo resulta que ahora los catalanes ya no deseaban tan masivamente el Estatut. La respuesta a este complicado entuerto es bien sencilla: invención pura. Afortunadamente el pueblo catalán ha demostrado ser más inteligente de lo que sus políticos piensan. No ha colado. Al final el resultado a tanta mentira, tanta invención y tanto partidismo cutre ha sido eso, un bonito día de playa.

Fotografía de Alejandro Requeijo

Alejandro Requeijo

Licenciado en Periodismo

Escribo en LaSemana.es desde 2003

Redactor de El Español

Especialista en Seguridad y Terrorismo

He trabajado en Europa Press, EFE y Somos Radio