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ROJO SOBRE GRIS

La verdadera Rosa Blanca

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura3 min
Opinión18-06-2006

Llevaba días de interrogatorio. El investigador, fiel al Führer pero conmovido por la integridad de Sophie, le ofrecía salvar su vida. Tan sólo debía aceptar la pluma que se le ofrecía y poner su nombre al final de unos papeles con unas palabras escritas. ¿Qué importaba lo que dijeran? Podría salir de allí. Acabaría, por fin, la tortura. Una oferta suculenta: su vida a cambio de una firma. El abrazo de unos padres bien lo valían. Estarían sufriendo por ella y por su hermano, al que también estaban interrogando desde hacía días. Sus padres sabían de la fiereza del régimen hitleriano y de los procesos de interrogación a los acusados de alta traición. Quizás podrían hasta ser perseguidos por su causa. Ella, con su fuerza y su presencia, podría estar con ellos y acompañarles. Los tres pequeños hijos de su amigo Christopher, también acusado, iban a necesitar apoyo cuando su madre quedara sola. El pequeño, recién nacido; de escasos meses el segundo; cuatro años el mayor... Porque si algo estaba claro es que el castigo par la alta traición era la pena capital. Además, la lucha no podía terminar. La rosa blanca, como se hacía llamar el grupo que integraba con sus cinco amigos, todavía tenía muchas conciencias que remover, muchas mentiras que desvelar y muchas voluntades que involucrar para la causa. Y la causa era alta: defender la dignidad de las personas por encima de su condición, defender el derecho a decir la verdad sin que significara un peligro de muerte, denunciar la opresión a la libertad, exigir el fin de aquella guerra sin sentido que exterminaba a niños por ser discapacitados, a los judíos por no ser arios, a los disidentes alemanes, por torpedear la futura gran victoria del poderoso pueblo alemán. Su vida a cambio de una firma. Se la define como el conocimiento interior del bien y del mal. Es como una luz que se resiste a ser apagada y que alumbra otro camino posible. Y mejor. Más noble y excelso. Es la conciencia. Sophie había confesado ya todos los delitos de que se le acusaba, después de negarlos todos. Confesó haber escrito contra el régimen, haber distribuido por toda Alemania las octavillas que invitaban a los ciudadanos a la resistencia pacífica contra el totalitarismo hitleriano, contra una guerra que ya estaba perdida, contra las matanzas a los judíos, contra las torturas a los que discrepaban, contra la venda del adiestramiento que se le imponía a la juventud para adormecer su pensamiento. Confesó haber lanzado centenares de octavillas balcón abajo en el interior de la facultad de Medicina de la Universidad de Munich. Confesó creer en la libertad de expresión, en la dignidad de toda persona con independencia de su condición. Pero el policía le ofrecía su vida a cambio de una firma. A cambio de asumir las consignas del régimen y de renunciar a todo por lo que había puesto su vida en peligro hasta entonces. “No”, dijo. “Es mi conciencia”, dijo. Sophie Scoll fue guillotinada. Con su hermano. Con su amigo Christopher. Todos los miembros de la Rosa Blanca fueron ajusticiados o encarcelados. Hoy son recordados en toda Alemania porque su muerte atestigua las consecuencias de la violencia. Porque su vida atestigua que la conciencia es lo último que se pierde; que. Como escribían en una de sus octavillas subversivas, según el régimen, “la dignidad es lo más alto que posee el ser humano, y que lo eleva por encima de cualquier otra criatura”. Rojo sobre gris a la verdadera Rosa Blanca.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

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