SIN ESPINAS
¡Aleluya, aleluya!
Por Javier de la Rosa
2 min
Opinión16-04-2006
Este pasado domingo de Resurrección ha sido el día de la victoria para los católicos. Seguro que cómo en tiempos de Jesús está afirmación será hoy motivo de escándalo para muchos. En aquel momento cuando Jesús le confirmó a Pilatos que era el Rey de los judíos, pocos quisieron entender que su Reino no era de este Mundo. Sin embargo, la Resurrección de Jesucristo, señal inequívoca de su divinidad ofrece la Salvación a todos los hombres. Pues la pretensión de Dios en su plan de Salvación no podría ser otra que universal. Católico significa universal, ya que hablar del éxito de los católicos es hablar de una potencial victoria del Hombre. Un triunfo sobre la violencia, el miedo, la guerra. Una victoria sobre el mal de todos los males: la muerte. Porque resucitando fue el mismo Cristo quien la burló, porque muriendo en la cruz y resucitando al tercer día, fue el Hijo de Dios vivo quien superó toda la injusticia, toda la violencia y toda la iniquidad que el hombre libre le infringió a Él, víctima inocente; y que hoy sigue infringiéndole con sus terribles actos a lo largo y ancho de la Tierra. Por eso el Papa, Benedicto XVI insistía anoche en pedir que “prevalezca la paz sobre la trágica violencia” en todos aquellos lugares del mundo donde el hombre opta por la muerte frente a la vida y por el odio frente al amor. La Resurrección de Cristo significa la victoria del bien frente al mal. Esto sólo lo podemos creer por una fe basada en el don de Dios y en la credibilidad de sus testigos. Aquellos primeros apóstoles que murieron por asegurar que habían estado, habían visto, habían comido y habían hablado durante 40 días con Jesucristo resucitado. Gracias a esos primeros miembros de la Iglesia, apóstoles que dieron ese testimonio de generación en generación también con su sangre, hoy conocemos quién fue Jesús y que hizo por nosotros. Por eso, si todos fuéramos conscientes de ello podríamos gritar: ¡Aleluya! -que en hebreo significa alabar, ensalzar a Dios- con la certeza interior de que el Mal ha encontrado ya su límite en la Misericordia de Dios. Un Dios que tanto amó al mundo que envió a su Hijo único para redimir al hombre de la herida del pecado. Esa que por falta de Fe y Esperanza en el Amor, hoy todavía le hace matar y morir.
