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ROJO SOBRE GRIS

Vivir, o es amar, o no es vivir

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura3 min
Opinión19-03-2006

Me enseñó a estudiar, a aprender, a sintetizar, a subrayar y a sacar de cada cosa lo importante. Me puso frente a mi impaciencia para aprender a esperar; frente a mi mal genio para aprender a ser humilde; frente a mi “es mío” para aprender a compartir; frente a mi pasión para aprender a decir “no”; frente a mi debilidad para aprender a decir “sí”. Me puso junto a mi hermana y a mi hermana junto a mí. De sus manos vinieron el primer despertador, el primer reloj, el primer metrónomo... y con ellos, el valor del tiempo. Con él llegaron el primer pincel, el primer lienzo, las primeras acuarelas, las clases de ballet y las de música; las visitas a museos de clásicos y a exposiciones de contemporáneos. Y con todo ello, el valor de lo bello. Juntos hicimos la primera colección de cromos, la primera colección de libros, la primera colección de música, de cuentos, de tebeos... y con ellos, descubrí el valor de la constancia y de terminar lo empezado, del compromiso, del esfuerzo. Las primeras vacaciones, el primer viaje, el primer concierto, el primer cine –ET-... y con ellas, el valor del ocio. Me ha enseñado que “70 veces 7” no es perder; que quien ama sufre; que el sacrificio y el esfuerzo tienen un sentido. La primera Biblia, la primera cruz, el primer rosario –con olor a rosas-; las primeras peregrinaciones... y con ellos, la vida de trascendencia, Dios; todo. De su boca, por primera vez, palabras como responsabilidad, prudencia, estética, ética, moral, austeridad, humildad, armonía, orden, respeto, etimología, símbolo, signo, cortesía, austeridad, límite; expresiones como llegar a ser lo mejor de uno mismo, no hay derechos sin deberes, administrarse bien, hablar con propiedad, no juzgar a las personas, actuar por convicción y no por obligación, asumir las normas y hacerlas propias... De su boca la primera oración, las primeras palabras importantes. Jamás un taco, ni un insulto, ni un agravio. Jamás un perjuro. Jamás una palabrota. En sus manos he visto el primer libro, la primera cartilla de ahorro, el primer calendario, el primer plan de trabajo, la primera moneda, la primera ficha de dominó, la primera ficha de un parchís, el primer compás, el primer bolígrafo el primer cuaderno de notas, las primeras rozaduras del trabajo, la primera felicitación de Navidad, la primera tarjeta de visita, la primera calculadora, la primera cinta de música, el primer ordenador. De su boca, la primera oración, las primeras palabras importantes. Con su vida, el primer ejemplo que convierte. Es mi padre; uno con mi madre. Si lloran, yo lloro. Si sonríen, yo soy feliz. Con ellos he aprendido a servir y no a ser servido, a dar gracias por el pan de cada día, que se acabó el ojo por ojo, que no valemos por lo que tenemos ni por lo que hacemos, sino por quiénes somos. Que la vida no es ni un cara al sol ni un cara a los demás, sino un cara a cara con Dios y con uno mismo. Que vivir, o es amar, o no es vivir. Rojo sobre gris a los padres, a las madres y a las familias.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

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