SIN CONCESIONES
Por una paridad real
Por Pablo A. Iglesias
2 min
Opinión19-04-2006
Ser mujer está de moda. Pasó la época en el que la mujer era el sexo débil. Ahora se proclama que es igual que el hombre. Sin embargo, se la protege, se la ensalza y se la eleva por el mero hecho de ser mujer. El Gobierno acaba de aprobar una ley que premia al género femenino por el mero hecho de ser mujer. No es nuevo. Ya ocurrió con la ley de malos tratos, que incrementa la pena cuando el delito lo comete un hombre. Es lo que llaman discriminación positiva. Otra fórmula para equiparar a hombre y mujer es la paridad: en la listas electorales y en el gobierno. Sin embargo, los mismos que proclaman la paridad la niegan al matrimonio. No hay paridad en la familia con matrimonios homosexuales. Sin paridad no hay hijos, sin hijos no hay descendencia y sin descendencia no hay perpetuación del Hombre. De pequeño estudié en un colegio mixto en el que había el triple de niñas que de niños. Posteriormente, en la clase de la universidad también abundaba el género femenino sobre el masculino. En los primeros años de profesión trabajé en importantes medios de comunicación donde las mujeres superaban en número a los hombres. Ahora, en mi trabajo y en LaSemana.es son más las féminas. Pero el Gobierno quiere obligar a que los empresarios contraten igual número de hombres que de mujeres. Si aplicasen la paridad, la mitad de mis amigas del colegio no habrían estudiado y la mitad de mis compañeras de trabajo perderían su empleo. Cuando la igualdad se convierte en el fin último de las cosas en realidad aumentan las desigualdades. Carece de sentido aplicar conceptos cuantitativos como la paridad cuando lo que importan son las cualidades de las personas. A riesgo de que, como a Zaplana, me tachen de machista, diré que jamás podrá alcanzarse la igualdad entre hombres y mujeres. Las mujeres no son iguales que los hombres. Son distintas y no por ello peores. Es más, en la mayoría de las ocasiones suelen ser mejores que el antiguamente llamaban sexo fuerte. Cuando se aprueba una ley de igualdad para proteger a un género se acaba dañando su propia imagen. A partir de ahora, cuando un empresario contrate a una mujer muchos dudarán de si el motivo es su valía o la cuota que establece la ley. El mejor ejemplo es El Gobierno de Zapatero. Hay ocho ministras en virtud del criterio de paridad impuesto por el presidente pero más de la mitad de ellas han dejado en evidencia las capacidades del género femenino. No saben y no sirven. En lugar de potenciar la imagen de la mujer, consiguen devaluarla. Lo mismo pasa con leyes feministas que proclaman la igualdad a base de marcar diferencias entre mujeres y hombres.
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Pablo A. Iglesias
Fundador de LaSemana.es
Doctor en Periodismo
Director de Información y Contenidos en Servimedia
Profesor de Redacción Periodística de la UFV
Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito