SER UNIVERSITARIO
¿Muerte digna?

Los grupos pro-eutanasia fundamentan sus argumentos para provocar la muerte de los enfermos terminales en el concepto de “derecho a una muerte digna”. Eso sí, esta opción aparece como último recurso: “Le planteamos que el suicidio es el último recurso, que antes hay que agotar todas las vías posibles, que es mejor no precipitarse y que existen maneras de combatir el dolor hasta que llegue la muerte, que son los cuidados paliativos”, comenta Marina, líder de unos de estos grupos, en un reportaje publicado el pasado domingo por El País. Los argumentos tienen su lógica y están bien hilvanados. Pero la actitud propiamente universitaria requiere ir un paso más allá de la lógica y examinar las premisas de toda argumentación. Si las premisas son falsas, por lógico que sea el desarrollo de los argumentos, la conclusión será, muy probablemente, también falsa.
Examinemos el concepto fundamental: “derecho a una muerte digna”. ¿Morir es un derecho? Evidentemente, no. No sólo porque no esté ni haya estado tipificado nunca, sino porque los derechos reconocen y garantizan bienes y la muerte no es ningún bien sino, precisamente, la pérdida de todos los bienes. El derecho es, por el contrario, el de la vida y los bienes que se derivan de ella. Como todo derecho, conlleva una responsabilidad. Uno es responsable de su vida ante sí mismo y ante los demás: tenemos el derecho y la responsabilidad de vivir una “vida digna”.
Entramos en el análisis de la segunda parte de la expresión: más que velar por una “muerte digna” debemos luchar por encarnar una “vida digna”, que es justamente todo lo contrario. Al ser la muerte el cese de la vida, no es una realidad en sí misma, sino ausencia. La muerte no puede ser ni digna ni indigna sino que, sencillamente, no es. Sólo la vida puede ser digna o indigna. Por lo tanto la pregunta no es “¿Cómo no tengo derecho a una muerte digna?” Sino otra bien distinta y mucho más profunda: “¿Acaso mi vida es indigna de ser vivida?”.
Desde esta nueva perspectiva, todos los argumentos pro-eutanasia quedan gravemente debilitados. Porque la cuestión no es ya que el suicidio sea un “último recurso” después de opciones mejores como “combatir el dolor hasta el último momento”. La cuestión no es si prefiero morir ya o morir un poco más tarde sufriendo menos. Si esa fuera la pregunta, la respuesta sería sencilla: morir ya. La cuestión, sin embargo, es si hay alguna razón por la debo seguir con vida. Si quiero “morir con las botas puestas” o si reniego de mi derecho y responsabilidad de vivir. Si vivo hasta el final dignamente o si renuncio a dignidad y vida vencido por el sufrimiento. Esa es la pregunta de fondo capaz de romper la falsa retórica de la cultura de la muerte.
Ahora bien, que nadie espere una respuesta sencilla. Sólo los planteamientos simplistas e ideológicos regalan respuestas sencillas. Desde la perspectiva realista, las respuestas son complejas. Conviene examinar cada caso y reflexionar con cada enfermo, y con las personas de su entorno social y familiar. Conviene descubrir las posibilidades del enfermo de ofrecer aún algo valioso al mundo, algo que le haga posible mirar cara a cara al sufrimiento y sobreponerse a él no sólo con medicamentos, sino con la voluntad de aportar, hasta el último aliento, un poco de dignidad, esperanza y luz a este mundo. Conviene reflexionar sobre todo eso, caso por caso y, luego, volver a preguntarse: ¿Acaso esta vida es ya indigna de ser vivida?
