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SER UNIVERSITARIO

Retorno al indigenismo (II de II)

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión12-02-2006

Lo indígena, lo local, lo encarnado, las raíces, etcétera, son esenciales y configuradores de cada uno de nosotros. De ahí que se hagan valer y cuenten con fundado prestigio y atractivo. Dedicamos el artículo de la semana pasada a explicar cómo el hombre hunde sus raíces en lo particular; pero también que lo hace para, desde allí, proyectarse hacia el sol, en comunión con el resto de los hombres. Nos queda, en el presente artículo, explicar por qué el mirar juntos las estrellas no sólo es hermoso, sino que es la única vía para unir los pueblos y evitar la fractura interior en cada persona, familia o pueblo, y en las relaciones entre éstos. La romanización de Europa y de América no supuso la anulación de las culturas y riquezas autóctonas, sino su posibilidad de plenitud. Neruda lo intuía cuando escribió: “Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos…” Occidente y su tradición griega, romana y cristiana han llevado al hombre europeo y americano a recordarlo como barro y raíces; pero le ha dicho también algo nuevo, original y único en la historia universal de todos los pueblos. La romanización dijo a los hombres que todos eran hermanos e iguales en dignidad; y que debían amarse unos a otros no para obtener beneficios particulares o placeres inmediatos, sino generosa y desprendidamente, sin esperar nada a cambio, como auténticos hermanos en el amor y la inteligencia de Dios. La romanización trajo “la Verdad que hace libres”, y aquella verdad es que “Dios es amor, y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él” (¿Quién decía que Deus Caritas est no es programática?). El alfabeto, la ciencia y la tecnología; la unidad universal de todos los hombres proclamados como hermanos más allá de tribus, razas o regiones; la pax romana; la dignidad de la mujer; el mandamiento del amor… son ideas y experiencias revolucionarias que cambiaron el mundo hace dos mil años y que aún tienen muchos corazones que ensanchar, muchas inteligencias que iluminar, mucha riqueza que acrecentar y distribuir. Son, también ideas y experiencias que unieron a los hombres, las familias y los pueblos inmunizándoles contra los poderosos. Es cierto que un mal uso de todas estas ideas y descubrimientos trae males gravísimos e intolerables. Es cierto que algunas supuestas democracias encierran planteamientos imperialistas y totalitarios; es cierto que las leyes son a veces aplicadas con arbitrariedad y que el abuso de los recursos y la tecnología conlleva graves injusticias. La solución no es, sin embargo, renegar de Occidente o encerrarse en nostalgias del pasado. Volver a las raíces y olvidar el tronco y las ramas sólo puede llevar al hombre a secarse y morir. Por eso quienes quieren dominar al mundo dominando primero al pueblo, atacan hoy los pilares del pueblo: acosan a la religión encerrándola en la conciencia individual; atacan a la inteligencia negando la existencia de la verdad; y atacan al amor acentuando las diferencias y olvidando lo común. Proponen un particularismo radical que niega la posibilidad de lo universal, de lo común, de lo compartido… Y negando lo común, acaban con la posibilidad de la unidad entre personas, familias y pueblos. “Divide y vencerás”, tienen bien aprendido. Y nosotros, ¿nos dejaremos? ¿Dejaremos que nos llamen “rojo” y nos enfrenten al “facha”? ¿Dejaremos que nos llamen “indígenas” como si eso supusiera no ser también “occidentales”? ¿Dejaremos que nos llamen “españolistas” como si en ello hubiera rechazo a los “nacionalistas”? ¿O diremos, en las urnas y en las calles, ¡basta ya de manipulaciones interesadas!?

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach